sábado, 27 de diciembre de 2008

Confianza (II)

En la primera parte traté de la confianza en los demás. Ahora hablaré sobre la confianza en uno mismo: la confianza propia entendida como la convicción sobre nuestras capacidades y cualidades. Esta es una confianza que se consigue a medida que constatamos nuestra aptitud en las tareas que realizamos y logramos habilidad relacionándonos bien con los demás. Es por tanto, un sentimiento interior que podemos desarrollar. Para ello ya vimos que la infancia es una etapa trascendental, en particular, la relación con los padres. Ese vínculo paterno-filial nos tiene que reportar seguridad y atención y eso se obtiene sintiendo que nos aman. A lo largo de nuestra vida, aunque necesitemos ser escuchados, respetados y valorados -saber y sentir que se cree en nosotros y en nuestras capacidades- tenemos que saber que la confianza es algo que hay que desarrollar continuamente. Para ello es fundamental actuar y relacionarnos con los demás empleando paciencia, cuidando las formas y las acciones y, siendo siempre conscientes de nuestras limitaciones. Para sentir que los demás confían y creen en nosotros, es esencial que primero lo hagamos en nosotros mismos.

Confianza en nosotros mismos

Si no gozamos de equilibrio interior, es difícil sentirnos confiados y confiar en los demás. Es importante recibir el reconocimiento de los demás porque nos ayuda y anima. Sin embargo, lo importante es hacer las cosas con el corazón y porque realmente las deseamos: confiadamente. Nunca actuar por proyectar una imagen hacia los demás o pensando en el qué dirán o en obtener su aprobación. Si realmente no hacemos las cosas con convencimiento nos estaremos engañando, traicionando nuestra propia confianza y a la postre, la del resto. Actuando sin confianza en nosotros mismos esa misma confianza se ve disminuida y a través de ella nuestra autoestima. Para disfrutar de buena autoestima debemos estar convencidos de que la vida que llevamos está acorde con lo que sentimos y queremos.

Las relaciones hay que cuidarlas o descartarlas

Es nuestra responsabilidad seleccionar y cuidar a las personas con las que nos relacionamos y, algo muy importante, apartarnos de las que nos dañan y con su actitud lastiman nuestra confianza y autoestima.

Para que exista una relación sincera es imprescindible que exista confianza. Depende pues de nosotros generar confianza como punto de arranque y garantía de la buena salud de nuestras relaciones. Esto nos permitirá abrirnos a los demás, y relacionarnos con ellos sinceramente. La confianza es imprescindible para que las relaciones -amorosas, familiares o amistosas- sean un verdadero encuentro sereno y positivo que nos enriquezca como personas con equilibrio, armonía y autenticidad.

En consecuencia, confiar es abrir la puerta para poder recorrer el camino de nuestra vida de manera más sosegada. Es la esperanza y la ilusión con la que debe moverse todo ser humano que quiera sentirse bien dando sentido y proyecto a su vida.

Quien no goza de confianza en sí mismo, posterga las decisiones, demora continuamente la resolución de los asuntos pendientes, va dejando por el camino cosas sin hacer y mantiene una actitud de parálisis. Así, pone de manifiesto para sí y para los demás, que es una persona en quien no se puede confiar.

Cuestión de honestidad

Al ser tan necesario que sea verdadera, la confianza no puede ser ciega sino que ha de sustentarse en el conocimiento personal. Un conocimiento sobre nuestras posibilidades y limitaciones que ha de ser honesto, sincero y sin falsas expectativas.

Si no somos honestos con nosotros mismos, al final tenderemos a infravalorarnos y nuestra autoestima se verá afectada. Nos volveremos pesimistas, viviremos sin entusiasmo, dudaremos continuamente y seremos poco asertivos. Se complicará nuestra convivencia y nos condenaremos a una cierta invisibilidad social que terminará minando nuestro ánimo. Sin confianza personal propia se tiende a ser una persona dependiente que otorga autoridad sobre su vida a quienes creemos superiores o simplemente a depender de aquellos que creemos saben mejor lo que necesitamos.

Una forma para conocer si nuestra confianza está dañada es analizar nuestras dudas, esas que nos asaltan sobre cómo llevar a cabo algo. Qué hacer en un determinado momento o qué sentimos sobre los demás. Desconfiando de uno mismo y de los demás, nos precipitamos hacia una visión negativa de todo y de todos. Nos bloqueamos y tendremos tendencia a querer controlar las circunstancias y las relaciones sociales. La falta de confianza provoca que se adopten imprudentemente decisiones o se rechace asumir riesgos del acontecer cotidiano. De esa manera dejamos de aprender, de experimentar y en definitiva, de vivir la vida.

6 pasos para desarrollar confianza:

1. Conocernos a nosotros mismos lo mejor posible: ser conscientes de nuestras limitaciones e intentar superarlas.

2. Ser activos y no tener miedo a actuar: opinar, elegir, comprometernos con nosotros mismos, los demás y la vida en general siendo capaces de asumir riesgos con prudencia y sensatez.

3. Valorar nuestras capacidades y posibilidades: aplicarlas y sentirnos contentos por poseerlas.

4. Iniciar y mantener relaciones de calidad: donde la comunicación abierta, positiva y sincera sea una constante y un objetivo.

5. Dejar de lado la tensión, el sufrimiento y el control continuo: de las personas y las circunstancias.

6. Ser naturales y espontáneos actuando con el corazón: permitir mostrarnos a los demás transparentes y auténticos, pero siempre respetuosos.

Y para acabar una frase de Emerson:

“La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito”

domingo, 21 de diciembre de 2008

Confianza (I)

En sociología y psicología social, la confianza es la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de una manera concreta en una determinada situación. La confianza es una hipótesis sobre la conducta propia y futura de otros. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse por el no-control de los otros, de las circunstancias y del tiempo.

La confianza se considera por lo general la base de todas las instituciones. Todo es cuestión de confianza pues sin ella no podríamos convivir. Al subir a un tren, a un autobús o al avión, ponemos nuestra confianza en su conductor o piloto en la creencia de que nos llevarán a destino sanos y salvos. Cuando nos sirven un plato en un restaurante confían en que después de degustarlo abonaremos la cuenta, de la misma manera en que nosotros confiamos que los alimentos están en buenas condiciones para ser consumidos. Vamos al médico o al abogado con la confianza de que nos van a curar o ayudar a resolver la controversia. Las relaciones comerciales, las relaciones amistosas, las relaciones amorosas, las laborales, las de la sociedad en general, se basan en la confianza entre las personas. El éxito de las empresas tiene como fundamento básico la unión y confianza entre los miembros de los equipos.

La confianza es una potentísima energía que nos provee de alegría, optimismo, esperanza, seguridad y en el fondo, bienestar y felicidad. La confianza nos hace sentirnos libres, fuertes y mejores. Por el contrario, la desconfianza y el recelo debilitan, nos generan malestar, miedo, tensión, insatisfacción y sufrimiento. Cuando alguien ha violado gravemente la confianza que habíamos depositado en él -sobre todo si nos han traicionado varias veces- se apodera de nosotros la duda constante y la inquietud. A partir de ahí, la respuesta es la parálisis que nos impide tener iniciativas. Sufrimos desconfianza.

El hombre necesita confiar en sus congéneres para poder vivir. Sólo a través del vínculo social basado en la confianza ha sido posible nuestro desarrollo como especie. El bebé necesita de sus padres para salir adelante. Requiere sus cuidados, atenciones y debe recibir sobre todo amor y confianza. Por eso los niños que no reciben amor, son reprimidos y castigados arbitrariamente por sus progenitores o las personas que les cuidan, serán adultos inseguros, con baja autoestima personal, recelosos, sin confianza en sí mismos y desconfiados con los demás. En definitiva, personas insatisfechas y con dificultades para obtener momentos de felicidad.

La confianza es pues el sentimiento por el cual nos conducimos seguros en la vida y nos permite darnos y recibir de los demás de manera satisfactoria. Por eso las relaciones comerciales se basan fundamentalmente en confianza. Sin confianza no pueden existir buenos negocios. La lealtad de los clientes y los proveedores alcanza su grado máximo existiendo confianza plena. En el comercio tradicional la palabra dada era sagrada: era por sí sóla, el mayor compromiso. No era necesario siquiera firmar un documento entre los contratantes pues el prestigio social y la honorabilidad de los comerciantes -sobre la base de la confianza- estaban absolutamente comprometidos sólo, a través de la palabra.

Cuando los ciudadanos no confían en sus gobernantes y en sus instituciones, el sistema político y la democracia se resienten gravemente. Por eso se dice que el sistema auténticamente democrático es aquél en el que los individuos se sienten seguros, confiados y pueden "dormir tranquilos". La desconfianza por contra genera recelos y malas relaciones a todos los niveles. Las tensiones entre países y las guerras parten siempre de la desconfianza y el miedo a sufrir agresiones. Muchas guerras preventivas se han iniciado por desconfianza y temor al supuesto enemigo por el que se teme ser atacado.

Para desarrollar confianza es necesario primero ser conscientes de que la confianza es algo que se construye y también se destruye. Cuando alguien ha recibido siempre confianza y no la ha traicionado, tiende a comportase más generosamente con los demás: es más confiado. Por el contrario, el defraudado reacciona con mayor cautela y suele ser más exigente en sus relaciones con los otros a quienes exige un comportamiento casi impecable. Por eso se dice que la confianza se crea y se destruye, se gana y se pierde. Se gana poco a poco, pero se pierde con extraordinaria rapidez. Todos sabemos que cuando se ha roto, es muy difícil de reestablecer. Es algo así como una figura de porcelana, podemos volver a pegar los trozos rotos pero siempre, notaremos las señales de la fractura.

La confianza implica reciprocidad. No puede ser unilateral: prestada por una de las partes. A medida que vamos relacionándonos con otros y comprobamos que cumplen con nuestras expectativas, experimentamos que aquella crece y se consolida. Esperamos confiados porque estamos convencidos de que vamos a recibir por otros aquello a lo que se comprometieron. Damos en la confianza de que recibiremos. Aquellos que sólo reciben y nunca dan, acaban con la confianza y con la relación. Por eso cuando se establece una relación de mutua confianza y se ha firmado un pacto y quien lo incumple lo hace mediante engaño, ese engaño se considera especialmente grave pues el que lo ha consumado, se ha aprovechado de la confianza previa existente.

La confianza debemos saber administrarla. Tenemos que ser pacientes y saber ganarnos la confianza de los demás. No podemos pretender que todo el mundo confíe en nosotros inmediatamente. Hay que aprender a construirla y ganarla poco a poco. De igual manera no siempre se puede confiar en todo el mundo y en cualquier circunstancia. Sería una actitud no cautelosa. La realidad cotidiana nos dice que, en determinadas circunstancias, resulta necesario saber tomar precauciones. No podemos ser ingenuos y exigirla o darla incondicionalmente. Cada persona se abre o da, lo que puede o lo que sabe, según su forma de ser y entender la vida. Hay que ser pacientes y conocernos bien y conocer a los demás, pues no todo el mundo es igual ni responde de la misma manera o igual que nosotros. Por eso quizá alguien dijo que: “Siempre confía plenamente el que nunca engaña”.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Entusiasmo

Con entusiasmo se ve la vida con otros ojos, se transforma la realidad y se crean resultados brillantes
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La palabra entusiasmo proviene del griego "en-theos-usmus" y significa “Dios dentro de ti”. Es decir, la energía creadora de la vida con poder para crear o la capacidad de la mente para generar ideas geniales e innovadoras que den resultados brillantes. Por eso, para los griegos un entusiasta era una persona “tomada” por los dioses, guiada por su fuerza y sabiduría, y que podía transformar la naturaleza.

Sólo las personas entusiastas son capaces de vencer los desafíos de lo cotidiano y acometer con resolución los problemas.

La persona entusiasta es aquella que cree firmemente en su capacidad de transformar las cosas, cree en si, en los demás y cree en la fuerza que tiene para cambiar las circunstancias y su realidad. El entusiasmo nos impulsa a actuar, a transformar el mundo movidos por la fuerza y la creencia en que las acciones a emprender son viables y acertadas.

Con entusiasmo se encara la vida de otra manera. El entusiasmo va más allá del optimismo. Aunque los entusiastas son optimistas, estamos ante actitudes distintas. Optimismo es pensar que va a producirse siempre algo positivo viendo el lado favorable de las cosas.

En cambio, el entusiasmo, es fundamentalmente acción y ante todo deseo y propósito de transformar. Sólo se es entusiasta actuando con entusiasmo. Si esperamos a tener las condiciones ideales para entusiasmarnos, jamás nos entusiasmaríamos por algo, pues el entusiasmo sólo funciona anticipadamente y no con posterioridad. No son "las cosas que van bien" las que atrae entusiasmo, es con entusiasmo con lo que hacemos bien las cosas y con lo que alcanzamos resultados favorables. Hay personas que se quedan siempre esperando a que las condiciones mejoren, que llegue el éxito, que mejore su trabajo, que cambie la relación con su pareja o con su familia para luego lograr entusiasmarse. De esa manera, nunca logran entusiasmarse por nada. El entusiasmo siempre funciona a la inversa.

Si creemos que es imposible entusiasmarnos por las condiciones actuales en las que nos toca vivir, lo más probable es que no superemos esa situación. Es necesario creer en uno mismo, en la capacidad de actuar y transformar la realidad. Dejar de lado los pensamientos negativos, orillar el escepticismo y desterrar completamente la incredulidad. Es preciso ser entusiasta con la vida, con uno mismo y con los demás.

Cómo ser entusiasta.

El entusiasmo es una cualidad que parte de un estado de fe, de afirmación de uno mismo; una forma distinta de mirar la vida. Es una fuerza que se genera voluntariamente y que a medida que se ejercita, con autoafirmación, perseverancia, coraje, constancia y voluntad, crece dentro de nosotros. Actúa con entusiasmo y éste se incrementará en ti. Sin importar como te sientas, sé siempre entusiasta, actúa con determinación, firmeza y dinamismo. Para ello, comienza cuidando tu actitud corporal -por ejemplo camina erguido-. En definitiva, cultiva los buenos pensamientos y la alegría de vivir, activa tu atención consciente y céntrate en la búsqueda de resultados. Enfócate hacia la prosperidad y el éxito y ¡arriba siempre el animo!

Para lograr entusiasmo es fundamental ser consciente y practicar las siguientes 4 actitudes:

1. Revisa tus pensamientos. Acostúmbrate siempre a pensar positivamente. Impide que los pensamientos negativos te asalten y se adueñen de tu mente.

2. Recuerda que el poder está en las palabras. Hablar impecablemente alimenta tu entusiasmo. Cuando uses una palabra o frase negativa, haz lo posible por ser consciente de que ese no es el camino y cambia inmediatamente lo que estás diciendo.

3. A nuestro cerebro le influyen las actitudes corporales que adoptemos. Permanece alerta sobre la postura del cuerpo que adoptas en cada momento: eleva tu mirada, levanta la cabeza, camina erguido, abre los ojos, fíjate en la realidad que te rodea. Sonríe y habla con firmeza y tono alegre.

4. Actúa. El Universo premia la acción. La acción impulsa y atrae entusiasmo. La actitud decidida a triunfar genera a su vez una energía que nos conduce a obtener resultados. Eso es entusiasmo. El Entusiasmo y la Acción son los padres de la Prosperidad y el Éxito.

Únicamente las personas entusiastas, alcanzan sus objetivos, hacen realidad sus sueños y logran ser grandes profesionales y empresarios de éxito.

Una actitud entusiasta te permitirá siempre persistir, insistir, resistir y nunca desistir. Nada puede reemplazar a la determinación de querer conseguir algo con entusiasmo. Una vez que estás decidido a lograrlo, lo conseguirás, jamás falla.

Para terminar, haré una reflexión sobre las actitudes exageradamente entusiasta y partiendo de la idea de que todo en exceso es contraproducente. Hay que ser entusiastas sin arrollar, ningunear o despreciar a los demás. Así, el Dalai Lama nos dice que tenemos que encontrar el equilibrio entre EL ENTUSIASMO Y LAS TRES ERRES: "Respétate a ti mismo", "Respeta a los demás", y "Responsabilízate de tus acciones". Es importante considerar esta recomendación y aplicarla. Si de verdad queremos que haya armonía en el mundo, empecemos por amarnos a nosotros mismos y a los demás, asumiendo siempre las consecuencias de nuestras acciones. No podemos ser entusiastas contra los demás porque entonces iremos contra nosotros mismos y de esa manera no será posible que alcancemos felicidad.

En definitiva, para alcanzar éxito y felicidad en la vida el entusiasmo es un requisito indispensable.

Y como siempre, una frase final, en este caso de Emerson:

“Nada que valga la pena se logro jamás en la vida, sin entusiasmo”.


domingo, 7 de diciembre de 2008

Optimismo

La realidad es en ocasiones compleja y gris. Sin embargo, con optimismo la enfocamos positivamente como mejor manera de resolver sus retos
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El término optimismo surge del latín "optimum": "lo mejor". Optimismo es la chispa mágica, que nos ayuda a ver la parte positiva de las personas o de las cosas en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es una de las actitudes mentales más poderosas para ayudarnos a alcanzar nuestros deseos y metas.

Para la psicología, optimismo es la característica de la personalidad que media entre los acontecimientos externos y la interpretación personal que hacemos de ellos. Es la tendencia a esperar que el futuro depare resultados favorables y que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia. El optimista ve siempre el lado bueno de las personas y las circunstancias, confía en sus capacidades y en la ayuda de los demás.

La principal diferencia entre una actitud optimista y su contrapuesta –el pesimismo- es el enfoque de la realidad. Empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca desánimo y apatía. En cambio, el optimismo es la actitud mental dispuesta a encontrar siempre posibilidades, ventajas y soluciones.

Las personas más optimistas tienen mejor humor, son más perseverantes y gozan de mejor estado de salud y tienen más éxito. Los que poseen altos niveles de optimismo y esperanza -ambos tienen que ver con la expectativa de resultados positivos en el futuro y con la creencia en la propia capacidad de alcanzar metas- salen fortalecidos y obtienen enseñanazas de situaciones traumáticas y estresantes.

Todos los seres humanos tenemos problemas, sin embargo, hay que evitar la actitud mental que propicia que nos amarguen la vida. Con actitud optimista, es posible resolverlos, sabiendo que los problemas tienen solución de forma más sencilla si confiamos en nuestra capacidad para afrontarlos. Por el contrario, el pesimista se pone gafas negras para ver la vida y hace de la tristeza y la melancolía sus compañeras inseparables.

Sin embargo, alcanzar el éxito no siempre es la consecuencia directa del optimismo. A veces, pese al esfuerzo y el optimismo, las cosas no resultan como queremos. Lo bueno del optimismo es que nos ayuda a volver a intentarlo, a analizar qué ha fallado, dónde se hemos cometido errores. Sólo así es posible superar las dificultades y lograr objetivos, pues con optimismo, se refuerza y alienta la perseverancia. Por eso también, el optimista sabe buscar ayuda como alternativa para alcanzar los objetivos que se ha propuesto, en una actitud que en nada demerita el esfuerzo o la iniciativa personal.

Cuidado con el falso optimismo

El auténtico optimista no es ingenuo ni se deja llevar por simples ilusiones. Debemos pensar y considerar detenidamente todas las posibilidades antes de tomar decisiones y actuar. Si una persona desea iniciar una actividad sin medios, recursos, conocimientos o experiencia, fracasará en sus objetivos por muy optimista que sea. Los falsos optimistas se engañan a sí mismos inventándose una realidad falsa que creen ingenuamente les propiciará una vida más fácil y cómoda. Por ejemplo el estudiante que no estudia y que por optimismo piensa que el examen será fácil y lo aprobará con los pocos conocimientos con los que cuenta. Eso no es optimismo real pues como digo, el optimista siempre actúa y persevera.

Se podría pensar que el optimismo es una actitud individual que nada tiene que ver con el resto de gente. Sin embargo, con actitud optimista tenemos mejor disposición hacia los demás: cuando conocemos a alguien esperamos una actitud positiva y abierta; en el trabajo buscamos y esperamos compañeros colaboradores e implicados en las responsabilidades; en la escuela, queremos tener profesores y alumnos dedicados. Si nuestras expectativas no se cumplen, con optimismo adoptaremos la actitud mental que nos lleva a pensar que las personas pueden cambiar, aprender y adaptarse con nuestra ayuda. El optimista reconoce el momento adecuado para dar aliento, motivar y servir a los demás.

En la amistad y en la búsqueda de pareja es fundamental ser optimistas. Algunas personas se encierran en sí mismas después de fracasos y desilusiones, como si ya no pudieran volver jamás a confiar en nadie. El optimismo supone reconocer que cada persona tiene algo bueno, con sus cualidades y aptitudes, pero también defectos, que debemos aceptar y ayudarles a superar.

Cómo ser optimista

Dicen los psicólogos que el optimismo es “la propensión a ver y valorar las cosas en su aspecto más favorable”. ¿El vaso está medio lleno o está medio vacío? El optimista suele ver lo que hay en el vaso y no lo que falta.

Y entonces, la pregunta es ¿se nace optimista o se puede aprender a serlo? El fundador de la psicología positiva Martin Seligman, afirma que hasta las personas más cínicas son capaces de aprender optimismo y mejorar sus vidas. Lo importante es remarcar que mientras el pesimista se siente impotente ante la adversidad, el optimista considera los golpes de la vida como desafíos temporales y reversibles. También la investigadora estadounidense Carol Dweck, autora del libro “Mindset” opina que el optimismo puede aprenderse. Considera que está al alcance de todos ser optimista con sólo adoptar lo que ella define como “mentalidad de cambio”: tener conciencia de que somos personas cambiantes, que crecemos cada vez que nos arriesgamos a aprender algo nuevo y que el optimismo aumenta, cuando nos damos cuenta de que somos dueños de nuestro destino. La mejor manera de fomentar el optimismo es educando a nuestros hijos con una “mentalidad de crecimiento”: aumentando su autoconfianza felicitándolos por sus esfuerzos y, reforzando positivamente sus logros.

4 pasos para ser optimista:

1. Atiende a la gente –sus cualidades y capacidades- y las circunstancias en general en sus aspectos buenos y positivos. Reconoce el esfuerzo, el interés y la dedicación de los demás.

Por ejemplo, una persona con un jefe autoritario puede pensar. “Es imposible trabajar bien con este hombre que esconde su mediocridad mediante su autoritarismo”. Sin embargo, el optimista se centrará en los aspectos positivos de su jefe, intentará entender el estrés que sufre, los problemas que tiene que superar en su trabajo, etc. Con esa mentalidad colaborará con él de la mejor manera posible. Como dijo Marta Tonetti, “Los optimistas aceptan a los demás como son, y no malgastan energías queriendo cambiarlos, sólo influyen en ellos con paciencia y tolerancia”.

2. Aporta, sugiere y busca soluciones, erradicando las críticas o las quejas. No es más optimista el que menos ha fracasado, sino quien ha sabido encontrar en la adversidad un estímulo para superarse, fortaleciendo su voluntad y empeño.

El optimista busca en los errores y equivocaciones, una experiencia positiva de aprendizaje. Todo requiere esfuerzo y el optimismo es la alegre manifestación del mismo, de esta forma, las dificultades y contrariedades dejan de ser una carga, transformándose en oportunidades para mejorar. El optimista dice “puede ser muy difícil pero es posible”. El pesimista dice: “puede ser posible, pero es muy difícil”.

3. Aprende a ser sencillo, humilde y a tener esperanza. No temas pedir ayuda a otros que saben más, tienen más experiencia y pueden ayudarte a encontrar la solución de manera más rápida o eficaz.

La persona optimista es la que espera, piensa, desea siempre lo mejor, aunque sabe aceptar cualquier situación no favorable de manera “deportiva” y en paz. Ser optimista cuando todo sale bien es sencillo, sin embargo, el triunfo personal y los éxitos fáciles pueden conducir a un optimismo falso. En cambio, el verdadero optimista cuando sufre una desgracia, estará triste, pero no desesperará. El optimista vence siempre al desaliento y al abandono.

4. Ser optimistas es actuar y ser perseverantes en la búsqueda y logro de resultados. No hagas alarde de seguridad en ti mismo tomando decisiones a la ligera; considera y prepáralo todo bien antes de actuar. El falso optimismo es la mera actitud mental que lleva a algunos a considerar que sólo pensando que las cosas irán bien, saldrán bien y por sí solas.

Ver la realidad de las cosas es algo difícil, pues la mayoría de las personas analizan las situaciones con tal carga de subjetivismo -con un enfoque tan personal- que les resulta complicado centrarse en la dificultad real. Hay otras personas más realistas que tratan de analizar los hechos con objetividad pero también les añaden su particular interpretación. Las personas optimistas van más allá de los datos reales para centrarse, primero, en las circunstancias positivas y después, en las posibilidades de mejora de la situación. Teniendo en cuenta las dificultades, aunque siempre con la actitud positiva de saber que pueden superarse. Por eso, la crítica negativa, es incompatible con el optimismo. Wiston Churchill dejó dicho: “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Pues eso.
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Y para acabar, una frase anónima que me gusta especialmente porque creo sintetiza a la perfección la esencia del optimismo:

“El optimista tiene siempre un proyecto; el pesimista, una excusa”


sábado, 29 de noviembre de 2008

Bondad

La Madre Teresa de Cálcuta es un ejemplo de bondad. Célebre por su labor humanitaria en India con niños y enfermos. Fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1979 y beatificada por el Papa Juan Pablo II en 2003.
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La Bondad es la natural inclinación a hacer el bien, de forma amable, generosa y firme. Para ello es fundamental ser pacientes, tener capacidad para comprender a los demás y estar siempre dispuestos a ayudar. La bondad es una actitud fruto de una mentalidad positiva y equilibrada que brota de los buenos sentimientos y que se practica desinteresadamente: con desapego. Se es bondadoso por la satisfacción de ayudar a los demás. La bondad se expresa siempre mediante palabras amables y sencillas, porque los bondadosos gozan de paz interna y sosiego.

Para entender bien la bondad podemos contrastarla con otras actitudes. Por ejemplo, las personas indiferentes son insensibles a lo que les ocurre a quienes les rodean. Luego están las que permanecen en el reino de las buenas intenciones, pero jamás actúan. En el extremo contrario encontramos las malas personas que, en lugar de ayudar a los demás, buscan siempre dañarles en beneficio propio. La falta de bondad es fruto del egoísmo causado por el miedo a perder o a ser menos: un pensamiento negativo muy recurrente de ausencia o carencia.

Por eso, el no bondadoso es incapaz de sentir compasión y ve a los demás como rivales o enemigos en potencia a los que debe superar por miedo. Se siente más seguro cultivando la desconfianza, el rencor y el odio que la simpatía o la amistad. Prefiere anular o superar a sus semejantes, a intentar conocerles y ayudarles, salvo que a cambio pueda obtener algo para su beneficio.

La falta de bondad deshumaniza y hace a las personas insensibles e indeseables. En cambio, los buenos al final –como en las películas- siempre triunfan por sus buenas intenciones y por su actitud. Y es así por una verdad inmutable dictada por la ley del karma: aquello que siembras recoges y además, multiplicado.

Decía que el bondadoso ofrece ayuda, y lo hace sin forzar, con naturalidad y paz. Sin embargo, ser bondadoso no quiere decir ser blando, sumiso, ingenuo o no tener carácter; condescender con la injusticia o dejar pasar. Todo lo contrario, los buenos se distinguen por su fortaleza –siendo enérgicos y hasta exigentes- aunque siempre con optimismo y actitud positiva que se reflejan en su cálida sonrisa y los sentimientos de confianza, comprensión, amabilidad, cariño y respeto que infunden a su alrededor. El bondadoso sabe controlar sus pasiones. Jamás responde con insultos y desprecio ante quienes así lo tratan, pues por el dominio que tiene sobre su persona, procura comportarse siempre educadamente a pesar del ambiente adverso. Como dijo Lao Tse hace más de 2.500 años: “No hay mayor prueba de fortaleza que el lujo de permitirse ser delicado”.
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Para ser bondadosos

1. Interesémonos por conocer bien a las personas para saber tratarlas de la mejor manera posible atendiendo a su forma de ser.

2. Mantengamos una actitud amable, abierta y generosa hacia los demás.

3. Practiquemos compasión hacia las personas que sufren.

4. Mostrémonos siempre dispuestos a dar aliento, apoyo y entusiasmo al que lo necesite.

5. Sonriamos siempre.

6. Evitemos ser pesimistas: ver lo bueno y positivo de todas las personas y circunstancias.

7. Tratemos a los demás como quisiéramos que nos trataran: con amabilidad, educación y respeto.

8. Correspondamos a la confianza y buena fe que depositan en nosotros.

9. Sepamos corregir sin criticar, con el ánimo de enseñar y dando ejemplo con nuestra propia actitud: la mejor educación es un buen ejemplo.

10. Visitemos a nuestros amigos: especialmente a los que están enfermos, los que sufren problemas económicos; aquellos que se ven afectados en sus relaciones familiares y, en general, ayudemos a todos los necesitados siendo serviciales desinteresadamente.

Hay muchas maneras de ser bondadosos. La vida nos da cada día infinidad de oportunidades para serlo. Cada cual debe ejercer bondad de la manera que más se adecue a su forma de ser. No tomemos a la ligera los más pequeños actos de bondad: las gotas de agua, al juntarse, llenan inmensos mares.

Obstáculos para la bondad

1. Desconocer cómo son los demás, no prestarles atención y actuar indiferentes a sus circunstancias y necesidades.

2. Practicar el culto a la fuerza y en general, la dureza de corazón como manifestaciones de poder y autoridad.

3. Erradicar de nuestra mente la idea de que siendo buenos, nos van a ver como tontos y que eso nos va a perjudicar.

Sin embargo, es cierto que a veces resulta difícil mantener una actitud bondadosa. En ocasiones tenemos actitudes agresivas, malos modales y hablamos de forma desconsiderada. Queremos que la razón esté de nuestra parte; mostramos desentendimiento o indiferencia hacia los problemas de los demás o les juzgamos o criticamos por considerarles poco aptos, faltos de entendimiento y habilidad para resolver situaciones vitales. En el fondo, incurrimos en esa falta de bondad porque nos creemos superiores. Equivocadamente, muchas veces nuestro ego se regocija cuando son otros los que cometen errores. Algunas personas lo necesitan para sentirse mejor. Sin embargo, nada de eso tiene efectos positivos para nadie. Ni para la persona que tiene que afrontar las consecuencias, ni para el que juzga porque nada positivo se obtiene de ello. Sólo resentimiento y enfado por aquél al que, sin comprender, criticamos y juzgamos.

La bondad es todo lo contrario. El verdaderamente bondadoso no juzga jamás. Intenta comprender a la otra persona y no busca ni explicaciones ni justificaciones. Sólo desea dar soluciones o ayudar a quien se siente mal y perdonar al que se ha equivocado. La bondad siempre ve lo bueno de los demás, y lo positivo de las situaciones.

La bondad es generosa y no espera nada a cambio. No necesitamos hacer propaganda de nuestra bondad, porque entonces pierde su valor y su esencia. No es bondad. La bondad no tiene medida, es desinteresada, por eso jamás espera retribución. Bondad es deseo de servir.

En definitiva, y siempre volvemos al mismo sitio, la bondad es expresión de amor hacia los demás y hacia la naturaleza, como expresiones máximas de la esencia de la vida.

Para ser bondadosos hay que tener pensamientos positivos, porque lo importante no es el color, la forma, la fealdad o la belleza externa de las personas o las cosas, sino, paradójicamente lo que cada uno de nosotros guardamos de verdad en nuestro interior: bondad. Sin ella, el mundo no podría haber llegado a ser. Sólo la bondad salva a la humanidad porque el mundo funciona porque muchas personas se preocupan por hacer el bien: realizan su trabajo de forma responsable, cuidan a sus hijos, en definitiva, contribuyen a que el mundo se ponga en marcha cada día y funcione. Ser bondadosos nos da felicidad porque como dijeron dos de los más grandes filósofos de la historia:

“Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro” (Platón).
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“Solamente haciendo el bien se puede ser realmente feliz” (Aristóteles).

viernes, 14 de noviembre de 2008

Perdón

Juan Pablo II visitando y dando su perdón a Alí Agca en la celda donde permanecía encarcelado. Agca intentó asesinar al Papa de dos disparos en la Plaza de San Pedro del Vaticano en 1981.
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La palabra perdonar se compone de per –pasar, cruzar, adelante- y donare –dar, regalo-. El perdón verdadero es la ceniza de la ira extinguida. Se perdona de verdad cuando ya no se siente rencor. Así. el perdón es uno de las actitudes más importantes y valiosas de nuestra vida. El odio y el resentimiento hacia los demás, son causas de dolor. Imaginemos por un momento que todos perdonáramos a todos los que nos han hecho daño en alguna ocasión. Sería el final de mucho dolor, conflictos, guerras, injusticias, separaciones y resentimientos en el mundo.

El perdón es una fuerza liberadora. Con el perdón dejo de sentir ira e indignación interior. Es un acto íntimo que nos permite reconciliarnos con el pasado y dejar de sufrir. En cambio, para los que no olvidan, el pasado está presente y el dolor de ayer, convertido hoy en rencor, continúa devorándoles. Con la acción de no perdonar y recordar, esas personas están continuamente reviviendo una experiencia de dolor que les sume en infelicidad y malestar. No perdonar causa frustración y daño permanente. Odiar bloquea, entorpece nuestros pensamientos y envenena la vida. Las personas con capacidad de perdonar gozan de mejor salud, padecen menor ansiedad y se deprimen menos.

¿Por qué debemos perdonar y cómo perdonar?

El psicólogo norteamericano, Robert Enright, afirma que las personas que han sido profunda e injustamente heridas, pueden sanar emocionalmente perdonando a su ofensor. También el fraile dominico Henri Lacordaire dijo: "Quieres ser feliz un instante? Véngate. “Quieres ser feliz toda la vida? Perdona".

El perdón permite liberarnos para seguir adelante más ligero. Expuesto de manera metafórica: “Puedes recordar el frío del invierno, pero ya no tiemblas porque ha llegado la primavera”.

El perdón es bueno para nosotros: quiero dejar de sufrir y sólo puedo hacerlo si, dejando atrás el resentimiento, perdono y olvido.

Existe un proceso para perdonar. Perdonar no es sólo fingir que nada ha ocurrido, disimular o negar lo que nos ha dañado. Perdonar es dejar de lado pensamientos negativos sobre lo ocurrido y que teniéndolos presentes nos provocan dolor hoy por algo que ocurrió ayer.

Para perdonar lo primero es reconocer el daño que hemos sufrido. Después, dejar que las emociones vinculadas con el mismo fluyan hasta disiparse: nos sentimos engañados, ofendidos, heridos o maltratados y sentimos dolor, ira, decepción. Por eso, hay que identificar la fuente de la herida, lo que sentimos y por qué lo sentimos. Dejar que nuestro dolor se cure expresando lo que nos ha hecho daño.

Sin embargo, lo fundamental de este proceso es la disposición a perdonar. Perdonar es en realidad una decisión egoísta. Si nos cuesta encontrar motivos más espirituales, podemos decidir perdonar porque serenará nuestra mente y nos ayudará a recobrar nuestra alegría. Perdonar es la puerta que nos libera de emociones negativas y destructivas.

Una forma de perdonar es sentir compasión. Ponernos en la posición de quien nos ha hecho daño intentando entender su motivación, sus razones, su miedo o su sufrimiento. No juzgar a los que nos han dañado, sino intentar verlos desde una visión distinta, de forma compasiva. Por lo general, descubriremos que son personas vulnerables, con grandes heridas, carencias y miedos. Al perdonar nos libraremos del dominio que ejercen sobre nosotros mediante el odio que seguimos sintiendo. Por eso, el perdón libera nuestra memoria y permite vivir en el presente, superando el ayer doloroso.

Sin embargo en ocasiones la ofensa, el dolor o el daño son tan enormes que no sabemos, o no tenemos fuerzas para perdonar. La razón está en que sufrimos un dolor muy intenso. En esos casos debemos saber que el dolor, como todo en la vida, tiene un proceso. El dolor debe remitir y lo hará con el tiempo. Lo que es contraproducente para nuestra felicidad, es seguir recreándose en lo ocurrido trayéndolo a nuestra memoria, una vez que el dolor va perdiendo intensidad. Si recordar es volver a vivir, perdonar es olvidar para no sufrir.

Alguien comparó guardar las ofensas y no perdonarlas con meter patatas en una mochila y cargar con ella todos los días y a todas partes. Cuantas más patatas-ofensas guardemos en nuestra mochila emocional, más pesada será su carga. Con el paso del tiempo esas patatas se van deteriorando y además de tener que acarrear su peso, deberemos soportar el hediondo olor de su podredumbre. Actuar y vivir así, es arrastrar un peso emocional insoportable. Todos cargamos con esa mochila, aunque debemos aprender a vaciarla de vez en cuando porque somos nosotros quienes soportamos su carga. Por tanto, el perdón, no es un regalo para el otro. La realidad es que los más beneficiados por el perdón son los que lo dan.

Perdonar es la poderosa afirmación de que las cosas malas no arruinarán nuestro presente, aun cuando hayan arruinado nuestro pasado. Responsabilizar a las personas por sus acciones no es lo mismo que culparlas por nuestros sentimientos. Estos, son sólo cosa nuestra.

El perdón, en definitiva, es una expresión de amor y la consecuencia final de la bondad.
Y para acabar una frase de Mark Twain:
"Perdonar es la fragancia que la violeta deja ir, cuando se levanta el zapato que la aplastó".

jueves, 6 de noviembre de 2008

Generosidad

La generosidad es el hábito de dar y entender a los demás que refleja deseo de ayudar. Hay algo profundo que actúa en la generosidad pues la acción de dar relaciona a dos, el que entrega y quien recibe. Esa relación hace que nazca un nuevo sentido de pertenencia entre ambos. El vínculo activo de alguien –el que crea felicidad dando- con el otro al que ofrecemos nuestra generosidad. Por eso, la acción de dar es creativa de bienestar. Practicando generosidad la persona se desprende libremente de algo, sin sensación de pérdida. Antes al contrario, obtiene por ello una gran satisfacción.

Dar es lo inverso al apego, actitud que siente y fomenta el ego. Éste siempre persigue el interés propio y la individualización. El ego nos esclaviza pues funciona continuamente con las ideas de posesión, carencia y pérdida. Por el contrario, la auténtica libertad nos la da el desapego, pues las personas libres viven en el espíritu y no en lo material. Cuanto más desapego más libertad y a la inversa.

Nuestro mundo en general –no así las sociedades primitivas donde todo se compartía- nos ha enseñado a actuar con apego. Estamos apegados a todo lo que nos rodea, especialmente a todo lo material. Se nos ha hecho creer que el apego hace que nuestra vida funcione y sea segura. Tenemos muy marcada la creencia de que si no defendemos y protegemos lo que es nuestro, otros vendrán, se lo apropiarán y entonces sufriremos. Vivimos con miedo y en continua defensa de lo que entendemos nos pertenece. Por eso, el apego, es en esencia miedo a perder. Pero es una creencia falsa o cuando menos exagerada y contraproducente pues esa actitud cuanto más acusada, mayor angustia y desazón nos genera.

El desapego no debe ser confundido con la indiferencia o la renuncia. Desapego es estar abierto a compartir y dar. Ser generosos es darnos a los demás. Y al hablar de dar no estamos hablando sólo de bienes materiales –quizá los menos relevantes- sino de bienes del espíritu: prestar ayuda; dar consuelo; ser serviciales; estar atentos, etc. Darse a uno mismo de la mejor manera y en todos los aspectos.

Ahora bien, hay que dar de corazón. Mientras demos porque nos lo ordenan, o porque pensamos que es lo correcto, no experimentaremos el profundo placer de dar. Eso no es generosidad. La acción de dar tiene que brotar de nuestro corazón: tiene que ser espontánea, confiada, libre y alegre. Ser generoso porque se desea, no porque nos preocupe nuestra imagen o nos convenga en una concreta circunstancia. Eso sería interés y egoísmo camuflado.

El Dalai Lama nos dice que el mayor grado de serenidad interior proviene de cultivar el amor, la compasión y el buen dar. Cuanto más generosos somos, mejor nos sentimos con nosotros mismos. Cultivar un sentimiento íntimo y afectuoso hacia los demás ofreciéndoles lo mejor de nosotros, aporta paz a nuestra mente y bienestar a nuestro espíritu. Ser generosos elimina temores e inseguridades. Nos fortalece a los ojos de los demás, y nos produce sensación de paz y libertad.

Todo lo valioso de la vida, sólo vale si lo damos. ¿Qué gozo nos reporta tener amor sino lo damos a otros? ¿Cómo se disfrutan los bienes materiales sin compartirlos con quienes queremos?

Como alguien dijo: “Todo lo que das te lo das. Todo lo que no das, te lo quitas”. Lo mejor de esta frase es que es aplicable a todas las cosas: las buenas y las que no lo son. Si das amor recibes amor; si das odio obtendrás odio. Si no das amor te lo quitas de recibir; si no odias, no atraerás hacia ti al odio.

Los más generosos son aquellos que menos tienen. La razón estriba en que al no poseer nada, ningún sentimiento de apego padecen ni temen perder nada. Son pues completamente libres. De ello, es buen ejemplo la foto que encabeza esta entrada.

¡Que maravilloso ejemplo de desapego y amor! ¿verdad?

sábado, 1 de noviembre de 2008

Compasión

Compasión es la actitud personal por la que nos acercamos a los sentimientos y puntos de vista de los demás. El significado de la palabra compasión es “sufrir con”. Sin embargo, no debemos pensar que cuando una persona practica compasión está asumiendo el sufrimiento de otra. No es eso. Si así fuera, la compasión duplicaría por dos el sufrimiento en lugar de aliviarlo. La auténtica compasión es positiva porque reconforta al que la recibe y hace que se sienta bien el que la da.

Compasión es por tanto, el sentimiento de identificación con el dolor del otro. Para eso hay que comprender su sufrimiento. Sólo puedes entenderlo partiendo de la identificación –hemos sufrido algo igual o muy similar- o de la bondad. Es participar de su dolor sin prejuicios, de manera abierta, sincera y sin reservas. Necesitamos para ello imaginar cómo es el otro, qué está viviendo, cómo siente lo que le ocurre. En definitiva, “ponernos en sus zapatos”. Para San Pablo compasión es "reír con los que ríen y llorar con los que lloran". Para Benedicto XVI “la capacidad de amar corresponde, de hecho, a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos".

La compasión nos permite evitar el pensamiento egocéntrico porque con ella nos estamos dando y abriendo a otros. Interesarnos por los demás enriquece. Salir de nuestro mundo y adentrarnos en el mundo de los miedos, las pasiones, las limitaciones, los complejos, los temores, las esperanzas, las frustraciones y en definitiva, el sufrimiento de otros seres humanos, es un reto que al practicarlo nos ayuda a ser mejores personas.

Somos más compasivos cuando el dolor de los otros es conocido para nosotros. Alguien que por ejemplo ha perdido un hijo, es quien de verdad comprende esa tragedia. Contemplar el mundo, desde el punto de vista del otro nos transforma. Acercarnos a las emociones e intenciones de los otros, ayuda a relacionarnos con ellos mejor. El hombre es un animal social que necesita interactuar con los demás para su desarrollo. La comunicación y la colaboración son herramientas fundamentales para vivir en sociedad. La compasión es el amor que damos al otro cuando este siente dolor. Por eso, es una herramienta tan poderosa y útil en nuestro trato con los demás.

Con la práctica de la compasión nos sentimos más satisfechos con nosotros mismos. Somos más abiertos y flexibles. A través de ella llegamos a la comprensión porque nos alejamos de los prejuicios y los dogmatismos.

Algunos consideran que identificarse con otros o implicarse en su dolor es un gesto de debilidad. Todo lo contrario. Quien muestra compasión demuestra fortaleza pues no necesita juzgar. Sólo desea ayudar. Muchas veces las personas únicamente necesitamos hablar. Expresar lo que nos angustia y que alguien esté ahí, escuchando con comprensión y apoyo.

Por tanto, con la compasión consolamos y tranquilizamos a los otros. Cuando los demás ven que nos aproximamos a la comprensión de su punto de vista se abandonan, dejan de resistir y sienten alivio. Les ayudamos a liberarse de su angustia, de su zozobra espiritual. Todos necesitamos sentir que somos entendidos. La primera forma de dar comprensión comienza interesándonos sinceramente por los demás.

Pero para practicar la compasión debemos primero controlar bien nuestra vida. Nadie puede dar lo que no tiene: no se puede ser compasivo con otros si antes no lo es uno consigo mismo. Si yo niego u oculto mi propio sufrimiento, no podré identificarme con el de los demás.

En definitiva, la compasión es una relación en estado puro sin juicios de valor que nos ayuda a todos. Con compasión crecemos como personas porque ayudamos a los otros y nos confiere gozo y bienestar.

Por eso el Dalai Lama suele decir:

“Si quieres que otros sean felices, ten compasión. Si quieres ser feliz, ten compasión”

miércoles, 29 de octubre de 2008

Alegría

La alegría es una de las virtudes budista más importantes. Nuestra verdadera esencia es ser felices y sentir alegría. Las personas irradiamos lo que sentimos: armonía, serenidad, ira, frustración, etc. Esto es así porque poseemos un campo de energía en torno a nosotros que algunos denominan aura y que se proyecta y es percibido por los demás dependiendo de su sensibilidad. Mostrar alegría es una de las actitudes que más y mejor notan los que nos rodean.

Es importante sentir alegría de existir. Cada día que amanece deberíamos dar gracias por estar vivos y gozar la mayoría de nosotros de condiciones excelentes de vida, en comparación con millones de personas que sufren en todo el mundo. Vivir bien, es un hecho maravilloso que muchas veces valoramos poco. Con cierta frecuencia no sentimos alegría o se nos escapa. No podemos poseerla continuamente, ni evocarla cuando la necesitamos. Las preocupaciones y frustraciones de la vida cotidiana y nuestra forma de pensar y reaccionar frente a ellas, tienen mucho que ver. Para sentir alegría la actitud mental es fundamental. Si nos centramos en lo que no tenemos la consecuencia es preocupación y tristeza. Por contra, si ponemos el acento en las cosas buenas que hay en nuestra vida, resulta más fácil mantener un tono general de alegría. Vivir con alegría es comportarse con la certidumbre de que nuestra vida está llena de oportunidades que están esperando que las aprovechemos.

La alegría y una actitud optimista tienen como base, en muchos casos, la bondad. Ser alegre tiene efectos casi mágicos. Hay personas que la expresan con tal fortaleza que hasta nos contagian su estado. Hacer las cosas con alegría es fundamental para que salgan bien. Todos sabemos que no hay nada peor que hacer algo por obligación, con tristeza o malhumor.

Sin embargo, hay personas que no están de acuerdo. Algunos consideran la alegría casi como una forma de egoísmo o superficialidad Y tú, ¿por qué estás tan contento? suelen espetar desde su malhumor. No se dan cuenta que su actitud no les conduce a nada y que el alegre es inmune a su observación y negatividad porque su alegría las neutraliza.

No hay bondad sin alegría y a la inversa. Estudios científicos avalan que una actitud alegre tiene efectos saludables: la alegría estimula y fomenta la creatividad. Un experimento reveló que, tras ver una película de humor, se posee mayor capacidad para resolver, en menos tiempo, un problema práctico. El humor y la alegría alivian tensiones, atenúan el dolor físico y contribuyen a la relajación. También hay estudios que ponen de manifiesto que fortalecen el sistema inmunitario y el corazón; reducen el estrés y hacen que descienda la presión sanguínea. En resumen, los alegres viven mejor porque tienen buena salud y son más felices.

La alegría proviene casi siempre de encontrale un sentido a nuestra vida. Se sabe también, que las personas están más alegres cuando realizan una actividad que les apasiona o gratifica –por ejemplo, hacer el amor, practicar un deporte, acudir a un espectáculo musical, etc.- que cuando simplemente descansan o permanecen ociosos. Es algo así como si la alegría se vinculara a la realización de una actividad. Si además, la actividad nos gusta mucho, la alegría estará con nosotros. La gente siente y muestra alegría cuando se entrega a una gran afición. Por eso, es importante tener un hobby en la vida.

Pero entonces, la pregunta es: ¿nacemos alegres o nos hacemos alegres? Existe sin duda una componente genética o de carácter que influye en ese temperamento. Sin embargo, lo importante es saber que la alegría es también una actitud mental; la manera con la que afrontamos el día a día de nuestra vida.

La mayoría de nosotros podemos descubrir los motivos por los cuales no estamos alegres. Por ejemplo: somos muy exigentes con nosotros mismos o con los demás; somos perfeccionistas y puntillosos; sentimos fuertes sentimientos de culpa; nos tomamos demasiado en serio las cosas; nos preocupamos con el futuro o, simplemente, nos obsesionamos con el menor problema.

El primer paso para lograr ser más alegres es analizar qué nos impide serlo. Esa práctica nos puede ayudar a superar las tendencias mentales saboteadoras de alegría y felicidad. Sólos o con ayuda de otros, debemos preguntarnos con sinceridad ¿por qué no estamos sintiendo alegría? Si existen unas causas concretas que hemos sido capaces de identificar, trabajar para eliminarlas o cuando menos, atenuarlas. Por ejemplo, las contínuas disputas con la familia. Pues bien, quizá es mejor no relacionarse con ella que relacionarse mal y que esto nos provoque tristeza y dolor.

Otra vía es preguntarnos ¿qué cosas me alegran? Para cada cual existirán distintas opciones: charlar con un amigo; tomar una copa; ver un partido de fútbol; leer un libro; visitar un lugar; escribir; ir de compras, etc. Muchas de estas cosas son perfectamente asequibles. Sólo tenemos que identificarlas y ponerlas en práctica. La alegría está al alcance de todos haciendo aquello que nos gusta. Sólo es proponerse ir a su encuentro practicando aquello que nos gratifica.

También hay personas que experimentan una alegría especial ayudando a los demás. Por ejemplo, muchos realizan labores de voluntariado colaborando con organizaciones humanitarias. Esta es un vía de gran satisfacción personal con resultados maravillosos. Las personas que se ocupan de otros son más equilibradas y sienten alegría con muchísima mayor frecuencia.

Por último, interactuar y mantener una buena relación con los demás, es una faceta importantísima para sentirse alegre. La calidad en las relaciones humanas con familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo o estudios, es fuente de bienestar y alegría. Y a la inversa, las malas relaciones con nuestros semejantes son determinantes de tristeza y graves depresiones.

Y para acabar, una cita de Erasmo de Rótterdam que ratifica algo ya dicho:

“La verdadera alegría nace de la buena conciencia”.

¡De nuevo, nuestra amiga la Bondad!

sábado, 25 de octubre de 2008

Un poco de Budismo

El Budismo es un camino de vida y no simplemente una filosofía, religión o teoría. Por eso, algunos lo consideran un sistema de pensamiento, razonable, práctico, que lo abarca todo y que nos ayuda a ser más felices. Durante más de dos mil años ha satisfecho las necesidades espirituales de cerca de un tercio de la humanidad.

El Budismo interesa a Occidente porque no tiene dogmas. Satisface tanto a la razón como al corazón, insiste en la autoconfianza, y practica la tolerancia con otros puntos de vista. Las ideas budistas comprenden ciencia, religión, filosofía, psicología, ética y arte; y consideran solamente al hombre como creador de la vida presente y único artífice de su destino. Por tanto, el Budismo no cree en un Dios como origen del universo.

Para obtener la propia liberación, el Budismo establece como esencial recorrer el sendero expresado por Buda:

"Deja de hacer el mal, aprende a hacer el bien, y limpia tu propio corazón”

En definitiva, practica la Bondad. Por eso, una de las frases habituales del Dalai Lama es:

“La bondad es mi religión”

Buda enseñó que lo que hacemos y quienes somos, no debe estar separado.

En esencia, somos amor y debemos dar amor. Por eso, el verdadero secreto de la felicidad, está en orientarse a hacer lo que eres. Primero tienes que Ser, después tienes que Dar, y sólo al final, podrás Tener. Por tanto la secuencia correcta es: Ser, Dar y Tener.

Eres amor, da amor y tendrás felicidad

La mayoría de nosotros en cambio, seguimos el camino en sentido inverso: deseamos Tener para Ser –Tener amor para Ser felices- y ese camino no nos conduce a ningún sitio.

Por tanto, si eres amor por qué no actuar en consecuencia dando amor. Por eso cuando actuamos o vamos contra la esencia de nuestra propia naturaleza de amor, experimentamos sufrimiento y malestar. Exactamente lo mismo que nos ocurre cuando alguien nos obliga a hacer algo que nos disgusta o desaprobamos: nos sentimos mal.
Para ser feliz, en consecuencia, debo ser fiel a mi naturaleza. Volvemos pues, al principio:

Lo que somos y lo que hacemos, deben estar unidos.

Y esto no son meras hipótesis o ideas que alguno podría calificar de bobas. Está demostrado que abrirse para ayudar a los demás induce una sensación de felicidad y serenidad. En un estudio realizado a lo largo de treinta años con un grupo de graduados de la Universidad de Harvard, el investigador George Vaillant llegó a la conclusión de que un estilo de vida altruista constituye un componente básico de una buena salud mental. Es lo que algunos denominan «la serenidad del que ayuda».

Así, la gente que se ocupa de los demás, activa áreas cerebrales asociadas a las emociones. Los científicos han observado y comprobado que cultivar la amabilidad y la compasión a través de la meditación, tiene su influencia en regiones del cerebro que aumentan la empatía –comprensión-hacia los estados mentales de los demás. Estas áreas son la ínsula —una zona relacionada con el sistema límbico que juega un papel fundamental en la representación de las emociones— y la zona temporal parietal del hemisferio derecho, implicada en procesar la empatía y en percibir los estados emocionales de otros.

En las enseñanzas de Buda, honestidad, amabilidad, comprensión, paciencia, generosidad, lealtad y perdón, son las cualidades que, convenientemente practicadas, nos protegen y nos hacen sentir más dichosos.

Por eso hay que centrarse en la práctica de al menos, tres de las más importantes virtudes Budistas. Son las siguientes: Alegría, Compasión y Generosidad.

BONDAD = ALEGRÍA + COMPASIÓN + GENEROSIDAD --> PERDÓN

ALEGRÍA: Ser agradecido, optimista, confiado.

COMPASIÓN: Identificarse con el sufrimiento del otro y ayudarle.

GENEROSIDAD: Practicar comprensión, consuelo, apoyo, escucha y ánimo.

Sinceramente, creo que nos iría a todos mejor si fuéramos un poco budistas.

viernes, 24 de octubre de 2008

Ser, aceptar, transformar

Nadie puede ser lo que no es.
Nadie puede hacer lo que no sabe.
Nadie puede dar lo que antes no ha recibido y no tiene.
Hay que aprender a aceptar para aprender a recibir.
Porque sólo cuando aprendes a recibir, sabrás dar.
Sólo cuando aprendes a aceptar, logras comprender.
Por eso, lo que aceptas, se transforma.

sábado, 18 de octubre de 2008

Camina, olvida y mira el horizonte

La vida nos hiere a diario, y de tarde en tarde, invita al abandono. Pero de poco sirve afligirse y renunciar. Hay que aprender a sufrir y aceptar sin perder el paso ni el rumbo que nos lleva hacia el incierto horizonte. A veces es difícil, pero en ello estamos.

viernes, 17 de octubre de 2008

Compromiso frente a desentendimiento

Se habla de compromiso, en una de sus acepciones, cuando nos referimos al acuerdo o la palabra dada respetando el cumplimiento de algo que previamente hemos aceptado.

Hoy hablaré de compromiso, pero especialmente de compromiso hacia nosotros mismos; compromiso hacia los demás, compromiso como actitud vital. Del compromiso de unos frente al desentendimiento de otros.

Las diferencias entre comprometidos y desentendidos son muchas. Y lo son porque su forma de pensar, sentir y vivir es diametralmente opuesta. Por esa misma razón lo que cada uno de ellos atrae a su propia vida es también muy diferente.

Las personas comprometidas asumen las consecuencias de sus actos y aceptan la responsabilidad de sus decisiones. Por contra, los desentendidos suelen considerar que lo que ocurre se produce al margen de ellos. Las cosas simplemente suceden. Es el destino, la suerte o son así, dicen.

Los antiguos griegos sostenían que “carácter es destino”. Con ello venían a significar que somos los artífices de nuestro futuro. Como gestores de nuestra vida, cosechamos lo que sembramos. De ahí que resulte tan determinante si nuestra actitud vital es de compromiso o de desentendimiento.

Nuestros pensamientos determinan nuestras emociones. Éstas influyen en nuestra forma de comportarnos y actuar, y al final, todo junto, crea nuestra realidad.

Las personas comprometidas piensan con la cabeza y ponen el corazón en todo lo que hacen. Por eso las personas con compromiso buscan oportunidades y crean sus circunstancias. En cambio, las personas desentendidas, en tanto que pasivas, están al albur de las circunstancias que provocan otros.

Aquellos que actúan con compromiso asumen riesgos y aceptan sus consecuencias: son responsables de sus actos. Los desentendidos se sienten víctimas de las circunstancias y siempre buscan culpables.

Los comprometidos desean aprender y lo hacen hasta de sus propios errores. Los desentendidos están cerrados al aprendizaje pues creen saberlo todo.

Las personas comprometidas escuchan a su corazón y gozan de la motivación que les proporciona su deseo. Por el contrario, los desentendidos, tienden al desencanto y necesitan del ímpetu y ánimo que les den otros.

Los comprometidos tienden a la alegría y la felicidad. Los desentendidos suelen sufrir mal humor y tristeza. Por eso necesitan estímulos y compensaciones.

Las personas comprometidas siempre piensan qué pueden hacer; que pueden dar; que pueden ofrecer. A los desentendidos sólo les interesa qué hacen los demás por ellos, qué van a recibir, qué pueden obtener a cambio. Es la diferencia entre la generosidad y el egoísmo.

Los comprometidos se esfuerzan y luchan por aquello que desean. Hacen frente a las dificultades y no se rinden fácilmente. Los desentendidos tienden al derrotismo y tiran la toalla a las primeras de cambio.

Las personas comprometidas se centran siempre en la búsqueda de la solución: son proactivas. Las desentendidas se quedan atrapadas en el problema.

Los comprometidos ven los problemas como oportunidades para superarse. Los desentendidos culpan a su mala suerte y se quejan por no recibir lo que creen merecer.

Las personas comprometidas son confiadas. Los desentendidos recelan de todo.

Los comprometidos se relacionan con personas que también puedan ofrecerles compromiso. Los desentendidos pocas veces creen y confían en los demás, pues ni tan siquiera creen en sí mismos.

Los comprometidos tienen pensamientos positivos, son optimistas y tienen esperanza. Los desentendidos son pasotas y todo lo recubren de negatividad.

Las personas comprometidas son generosas de corazón y espíritu y conocen el valor de “dar”. Los desentendidos sólo piensan en sí mismos y en lo que pueden "recibir".

En definitiva comprometidos y desentendidos son dos mundos distintos. Ven la vida y se comportan frente a ella de manera opuesta. Por eso en su vida se manifiestan realidades muy diferentes.

¿Quieres ser una persona comprometida o vas a seguir siendo un desentendido?

lunes, 13 de octubre de 2008

Propósito en la vida

Desde la antigüedad el ser humano se ha cuestionado ¿quién soy? ¿por qué estoy aquí? ¿qué sentido tiene mi vida?. Esta última pregunta nos encara con nuestra realidad. Muchos de nosotros no sabemos bien qué responder. En realidad, a la mayoría, le gustaría modificar su vida o cuando menos, aspectos de la misma. La razón: no terminan de encontrar un sentido último a lo que viven. Por eso es importante encontrar lo que algunos denominan: un propósito en la vida, un sentido, una razón de ser. Tener propósito en la vida marca la diferencia entre vivir de forma plena, y vivir simplemente tirando. Cuantas veces nos decimos a nosotros mismos: “bueno, no me va tan mal”; “no me quejo, otros están peor que yo”; “virgencita que me quede como estoy”. En realidad, bajo esas expresiones subyace conformismo e incluso para algunos, resignación.

A mi modo de ver, la dificultad estriba en el enfoque que se hace de la cuestión: “encontrar nuestro propósito en la vida”.

Quizá, excesivamente influidos por ideas “new age” y en general, por la importación de filosofías y modelos de pensamiento orientales- nos empeñamos en considerar que “el propósito en la vida” es despertar a una realidad superior. Algo así como experimentar la iluminación y convertirnos todos en Budas.

Pues bien, lo primero que deberíamos saber es que la iluminación está al alcance de muy pocos. Ni tan siquiera muchos monjes o religiosos que consagran su vida entera a una práctica espiritual. La prueba es evidente: Jesús y Buda son dos grandes maestros que iluminaron a la humanidad con su pensamiento, doctrinas y forma de vivir. Hay algunos más. Sin embargo, no todos los días surgen personajes de esa dimensión y esa influencia.

Decían los Toltecas –pueblo indígena suramericano de gran sabiduría- que el hombre, la humanidad en general, vive sumida en un gran sueño. La mayoría de nosotros vive entre tinieblas y sin ser conscientes en realidad de quienes somos, de nuestra "misión" en el mundo y de nuestras posibilidades. Vivimos una sensación de individualidad y de egoísmo personal que hacen que nos sintamos separados unos de otros. Esa y no otra es la causa de nuestros males y nuestras carencias: el egocentrismo personal que nos lleva a querer ser mejores que los demás; a someterlos, a utilizarlos. Esa es la explicación de muchos de los conflictos cotidianos y las guerras.

Sólo cuando el hombre entiende que Todos Somos Uno, que todo está interconectado; que todo tiene el mismo origen y la misma esencia; que lo que hace daño al otro me hace daño a mi porque yo soy parte de él y él parte mía, las cosas empiezan a cambiar. Eso es tanto como empezar a despertar de ese sueño de importancia individual y de aislamiento egocéntrico. Sin embargo, ese proceso que algunos llaman toma de consciencia, no resulta fácil. Algunos están muy alejados de él. Siguiendo con la metáfora, muchos, la mayoría, están profundamente dormidos. Otros, en cambio, ya sienten cierta vigilia y comienzan a intuir. Es lo que se denomina el inicio del despertar de la conciencia colectiva. Por último, muy pocos son los que han despertado completamente. Son los que llamamos iluminados.

Generalmente descubrimos nuestro propósito cuando despertamos a una realidad superior, o al menos, a una definición más amplia de lo que es la vida. Hay quienes lo hacen desde el Amor. A través de él son capaces de entregarse a una causa que hacen motor de su vida. Otros lo hacen desde el sufrimiento: cuando una adversidad les golpea y estremece provocando en ellos un cataclismo personal. Sólo entonces se cuestionan las creencias en las que venían fundamentando su vida y sólo en ese momento, descubren que no han hecho nada provechoso para ser y hacer felices a los demás. Quizá entonces advierten consternados, que han dedicado su vida a luchas estériles y sin sentido.

La vida es una escuela de aprendizaje contínuo. Por ello, no conocemos nuestro propósito de antemano, sino que nos toca ir descubriéndolo poco a poco. Es la única manera de desarrollar nuestra potencialidad y valor como seres humanos. La forma de comprender, aceptar y asimilar realidades más amplias.

Todos, a una determinada edad, volvemos la vista atrás y contemplamos lo que ha sido nuestro trayecto vital hasta ese momento. Lo normal es hacerlo sobre los 40 años. Es decir, en el ecuador aproximado de la vida. Entonces, algunos sufren lo que se denomina la depresión de los 40. La mayoría de los que la sufren son aquellos que todavía a esa edad, siguen preguntándose ¿cuál es el propósito de mi vida? Para algunos, su desolación es que continúan sin encontrarlo.

Viktor Frankl prestigioso psiquiatra y neurólogo superviviente de los campos de exterminio nazis lo explica muy bien en su libro: “El hombre en busca de sentido”. A sus pacientes que le confesaban su deseo de suicidarse les preguntaba siempre lo mismo: "¿Por qué no lo hace? Adelante, suicídese si es lo que quiere". Invariablemente todos tenían una respuesta: "no lo hago porque tengo un hijo y qué sería de él; tengo una esposa a la que amo y me ama; tengo unos padres que no podrían soportarlo". La respuesta de Frankl era inmediata: "entonces amigo, su vida tiene un propósito. Es ese que precisamente le impide poner fin a su vida. Por consiguiente, luche y viva por ello. Haga algo para mejorar su vida".

Despertar
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El despertar del que hablábamos -cambio de enfoque o ampliación de miras- es el primer paso para encontrar un propósito en nuestras vidas. Si aun no tenemos un propósito claro en la vida, nuestro primer propósito debería ser encontrarlo.

La importancia de tener un propósito claro podemos verlo reflejado en la vida de importantes personajes. Todos tuvieron un propósito. Por ejemplo, el propósito de Henry Ford era masificar la producción, distribución y el consumo de coches para que todo el mundo pudiera acceder a uno. El de Walt Disney era hacer feliz a la gente, y el de la Madre Teresa de Calcuta era cuidar y confortar a los pobres, enfermos y necesitados de todo el mundo. Son propósitos loables y que han trascendido porque han influido y beneficiado a muchas personas. Sin embargo, nuestro propósito personal -no por influir en menos gente- es menos importante. El propósito de alguien puede ser cuidar a sus padres y darles una vejez feliz y reconfortada. El de otro puede ser educar a sus hijos para hacer de ellos personas equilibradas, positivas y felices. El de muchos, hacer bien su trabajo o cumplir con sus obligaciones profesionales. Todos, son propósitos importantes pues inciden y se dirigen a los demás.

Una vez que cada uno de nosotros encuentra su propósito, su vida adquiere sentido y sus acciones otorgan significado a cada una de ellas. ¿Por qué me levanto a las 6:30 cada mañana? ¿por qué debo ir a trabajar? Porque aunque mi trabajo no sea el mejor del mundo, mi propósito es ser útil y obtener unos ingresos que me permitan mantener y cuidar a mi familia. Mi propósito es mi familia y su bienestar. Yo soy el responsable de ello. Sólo yo puedo hacer tal cosa.

Todos tenemos alguien a quién ayudar, escuchar, consolar; actos que sólo nosotros podemos llevar a cabo. Cada uno de nosotros es único en su esencia. Sólo nosotros podemos hacer cosas que nadie más puede hacer de la misma manera. Eso nos brinda la maravillosa oportunidad de expresarlos para los demás y para nosotros mismos.

Tenemos un propósito, porque siempre hay una razón que nos motiva a manifestar la vida que llevamos dentro. Nuestra tarea es comprender esto y encontrarle significado a nuestra vida. De esa manera, comenzaremos a encontrar nuestro propósito.

Debemos ser humildes y conscientes de que nuestro propósito no es menos importante porque no incumba o trascienda a millones de personas. Hay personas a nuestro lado para las que somos lo más importante en el mundo. Hacia ellos debe dirigirse nuestro propósito.

Y por último, saber que el propósito, como la felicidad, no es un destino, sino un camino. Un trayecto, con cuestas y agujeros; acantilados y bonitos paisajes; sol pero también nubes y lluvia. Un camino en el que es importante saber que, mientras el deseo nos controla y somete, el dar a los demás nos libera y nos hace mejores y más felices.

martes, 30 de septiembre de 2008

Ecología mental (IV)

Hemos visto hasta ahora, que nuestras actitudes mentales influyen en nuestro comportamiento y que a la vez, éste retroalimenta a aquellas. Si una persona, por ejemplo, se deja llevar con frecuencia por la ira y se comporta y actúa bajo ese patrón, su mente se verá a su vez influida de modo que tenderá a incorporar y reproducir esa actitud. La consecuencia será que la tendencia mental a expresar ira se reforzará cada vez más.

Lo mismo puede decirse respecto de las acciones que se realizan bajo la influencia de pensamientos positivos como el amor, la amistad o la generosidad. Esa actitud creará y reforzará la tendencia mental a actuar de esa manera.

La razón es sencilla: a toda causa sigue un efecto. Con nuestra actitud incorporamos reflejos condicionados, auténticas tendencias mentales negativas o positivas que determinan nuestro comportamiento.

Un ejercicio muy recomendable es la meditación. Mediante su práctica podemos reflexionar y analizar el verdadero significado de las cosas que nos pasan. A partir de ahí estaremos en mejor disposición para adaptarnos y manejarlas de la manera más positiva para nosotros.

Es muy importante mantener una actitud de agradecimiento por la vida en general. Por las oportunidades de aprendizaje, experiencia, y crecimiento que nos proporciona.

Un problema puede enfocarse de dos maneras: 1) Negativa: considerando que estamos ante una adversidad insuperable; que somos víctimas y que otros son culpables; y 2) Positiva: contemplándolo como una oportunidad para aprender y crecer.

El Evangelio apócrifo de Felipe atribuye a Jesús la siguiente frase: “Te convertirás en aquello que seas capaz de creer”. Con ello se nos dice que tenemos que concentrar nuestra atención en lo que tenemos y no en aquello que nos falta, en la carencia. Aceptemos lo bueno de la vida, eliminemos todo sentimiento de culpa e intentemos comprender y aceptar como, incluso de la adversidad podemos obtener enseñanzas. Si sólo nos centramos en la preocupación, estamos centrando nuestra atención en la adversidad, con lo cual, se debilita nuestra capacidad para luchar y superarla.

Muy por el contrario, una actitud mental positiva nos llevará a intentar comprender esa adversidad, a obtener alguna enseñanza a través de ella y a superarla.

Alguien dijo alguna vez que todo lo que nos ocurre –por adverso o difícil que nos resulte entender- sucede para que aprendamos algo y para nuestro bien. Siempre, hay algo positivo en lo que nos sucede: algo que debemos entender por doloroso e incomprensible que nos resulte.

Por tanto, hagamos lo posible por eliminar de nuestra mente los pensamientos negativos y sustituyámoslos por pensamientos de aceptación y comprensión.

3. Desarrollar una actitud mental positiva. Los buenos pensamientos hay que ejercitarlos y potenciarlos. Una manera apropiada ya hemos dicho que es la práctica de la meditación.

Con la práctica regular de la meditación iremos progresivamente alcanzando sosiego y paz. Lograremos experiencias de profundo silencio interior; de inspiración y claridad mental; conseguiremos centrarnos y evitar que el pensamiento discursivo entorpezca nuestra concentración; e incluso, tendremos experiencias que nos protegerán de algunos estímulos externos que normalmente nos afectan.

Las experiencias de absorción meditativa suelen ser muy cortas en duración pero acumulativas en el tiempo. Sus efectos son positivos y duraderos en nuestra mente. No son un fin en si mismas, ni es bueno que las pongamos como objetivo de nuestra meditación, pues probablemente si lo hacemos, nos cerraremos la posibilidad de tenerlas. Simplemente hemos de tener en cuenta que la práctica de meditación, es una herramienta para el desarrollo de estados mentales positivos.

4. Mantener los pensamientos positivos. Si prevenimos e impedimos el surgimiento de estados mentales negativos; si excluimos los pensamientos negativos que tengamos en la mente y si cultivamos estados mentales positivos, sólo nos queda mantener esos pensamientos y estados mentales positivos. Para ello debemos seguir practicando, seguir desarrollando atención y conciencia. En este ejercicio, la regularidad y la continuidad de propósito son esenciales. Es muy aconsejable practicar de una forma paciente y amable con nosotros mismos.

A continuación me referiré al concepto de “atención perfecta”. Para entender su significado empezaré diciendo lo que es la “no atención consciente”. La no atención consciente es un estado de distracción, de pobre concentración, de falta de continuidad y de propósito en la vida, de andar sin rumbo, de ausencia de verdadera individualidad. Es lo que coloquialmente se conoce como estar “alelado”. En esto lógicamente hay grados.

Una actitud de atención consciente tiene sin embargo las características opuestas: nos damos cuenta de lo que ocurre, recordamos en vez de olvidar, no hay dispersión de pensamientos, la concentración es buena, estamos centrados, hay continuidad, constancia, y somos individuos capaces de tener criterio propio, buscando mejorar cada día como personas.

Ahora examinaremos los aspectos más importantes de la atención consciente para comprender y practicarla mejor:

Atención consciente sobre las cosas. Suele ocurrir que no nos damos realmente cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor. La mayoría de las veces sólo somos vagamente conscientes de las cosas que nos rodean. Esto nos ocurre por falta de tiempo o de interés o porque creemos saber o conocer bien lo que hay ante nosotros. Con esa actitud, en realidad no estamos “mirando” de verdad el mundo. Lo único que hacemos es proyectar nuestra propia subjetividad y aferrarnos a un concepto. El concepto previo que tenemos de las cosas y que no es más que un prejuicio. Por eso, debemos aprender a mirar; aprender a ver, a ser conscientes, a ser receptivos. De ese modo entraremos en una comunicación más profunda con la vida. De ese ejercicio de atención sobre las cosas, surgirá una experiencia de vida más creativa y rica.

Atención consciente sobre uno mismo. Como seres complejos que somos, la forma más adecuada de mantener atención consciente sobre nosotros mismo es atendiendo a distintos niveles de nuestro ser.

Eso nos exigirá practicar:

a) Atención consciente sobre nuestro cuerpo.

b) Atención consciente sobre nuestros pensamientos.

c) Atención consciente sobre nuestros sentimientos.

El ejercicio de estos niveles de atención consciente sobre nosotros, constituye una herramienta muy valiosa para la transformación de nuestro ser.

Atención consciente sobre los demás. En demasiadas ocasiones, ni vemos, ni escuchamos, ni prestamos atención a los demás. Tenemos que aprender a saber mirar de verdad al otro; saber escucharle; intentar conectar con él, al menos, con los sentidos. Los demás son personas como nosotros: con sus dichas, sus tristezas, sus miserias y sus grandezas. No escuches al otro pensando que ya sabes lo que te va a decir y preparando tu respuesta. Observa tu propio cuerpo cuando estés hablando con alguien. Nota si hay apertura y confianza hacia él o por el contrario, estás cerrado y bloqueando la comunicación entre vosotros. El lenguaje no verbal dice muchas cosas de ti y de los demás.

Atención consciente sobre la realidad. Cuando hablamos de realidad solemos referirnos a las cosas materiales, a la vida ordinaria. Las cosas de este mundo nos parecen muy reales. Sin embargo, todo esto que nos parece tan real es, en si mismo, ilusorio. Los herméticos sostienen que la realidad es una construcción mental. El mundo es lo que nosotros creemos que es a través de nuestra mente. La realidad la creamos a través de nuestros pensamientos. En realidad vemos lo que creemos. De esa manera, la realidad, con nuestra consciencia y con la actitud que tengamos respecto de ella, es sólo un producto propio. Cuanto mayor sea nuestra sabiduría y nuestra compasión, mejor será esa realidad y en definitiva, nuestra vida.

Practicando atención consciente sobre la realidad, nos liberamos de los prejuicios, de la subjetividad y superamos la individualidad.

El hombre debe tomar cada día más consciencia de la necesidad de superar su egoísmo individual. Honrar y respetar a los demás, implica honrarnos y respetarnos a nosotros mismos y, de esa manera, a la vida en general.

Todos somos Uno: todos participamos y compartimos la misma energía vital. Debemos ser conscientes de que estamos unidos en un único flujo de energía universal.

Por ello, la atención sobre uno mismo, purifica nuestra energía física y psíquica. La atención sobre los demás nos ayuda a entenderles y comprenderles. La atención sobre la realidad, nos ayuda a adaptarnos y aceptar lo que nos sucede.

Practicando la atención consciente, contribuimos a mantener buenos hábitos de higiene mental y a generar pensamientos positivos que hacen nuestra vida más positiva y feliz.
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El emperador Marco Aurelio decía hace más de 2.000 años:
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"La felicidad en la vida depende de la calidad de tus pensamientos"