miércoles, 29 de octubre de 2008

Alegría

La alegría es una de las virtudes budista más importantes. Nuestra verdadera esencia es ser felices y sentir alegría. Las personas irradiamos lo que sentimos: armonía, serenidad, ira, frustración, etc. Esto es así porque poseemos un campo de energía en torno a nosotros que algunos denominan aura y que se proyecta y es percibido por los demás dependiendo de su sensibilidad. Mostrar alegría es una de las actitudes que más y mejor notan los que nos rodean.

Es importante sentir alegría de existir. Cada día que amanece deberíamos dar gracias por estar vivos y gozar la mayoría de nosotros de condiciones excelentes de vida, en comparación con millones de personas que sufren en todo el mundo. Vivir bien, es un hecho maravilloso que muchas veces valoramos poco. Con cierta frecuencia no sentimos alegría o se nos escapa. No podemos poseerla continuamente, ni evocarla cuando la necesitamos. Las preocupaciones y frustraciones de la vida cotidiana y nuestra forma de pensar y reaccionar frente a ellas, tienen mucho que ver. Para sentir alegría la actitud mental es fundamental. Si nos centramos en lo que no tenemos la consecuencia es preocupación y tristeza. Por contra, si ponemos el acento en las cosas buenas que hay en nuestra vida, resulta más fácil mantener un tono general de alegría. Vivir con alegría es comportarse con la certidumbre de que nuestra vida está llena de oportunidades que están esperando que las aprovechemos.

La alegría y una actitud optimista tienen como base, en muchos casos, la bondad. Ser alegre tiene efectos casi mágicos. Hay personas que la expresan con tal fortaleza que hasta nos contagian su estado. Hacer las cosas con alegría es fundamental para que salgan bien. Todos sabemos que no hay nada peor que hacer algo por obligación, con tristeza o malhumor.

Sin embargo, hay personas que no están de acuerdo. Algunos consideran la alegría casi como una forma de egoísmo o superficialidad Y tú, ¿por qué estás tan contento? suelen espetar desde su malhumor. No se dan cuenta que su actitud no les conduce a nada y que el alegre es inmune a su observación y negatividad porque su alegría las neutraliza.

No hay bondad sin alegría y a la inversa. Estudios científicos avalan que una actitud alegre tiene efectos saludables: la alegría estimula y fomenta la creatividad. Un experimento reveló que, tras ver una película de humor, se posee mayor capacidad para resolver, en menos tiempo, un problema práctico. El humor y la alegría alivian tensiones, atenúan el dolor físico y contribuyen a la relajación. También hay estudios que ponen de manifiesto que fortalecen el sistema inmunitario y el corazón; reducen el estrés y hacen que descienda la presión sanguínea. En resumen, los alegres viven mejor porque tienen buena salud y son más felices.

La alegría proviene casi siempre de encontrale un sentido a nuestra vida. Se sabe también, que las personas están más alegres cuando realizan una actividad que les apasiona o gratifica –por ejemplo, hacer el amor, practicar un deporte, acudir a un espectáculo musical, etc.- que cuando simplemente descansan o permanecen ociosos. Es algo así como si la alegría se vinculara a la realización de una actividad. Si además, la actividad nos gusta mucho, la alegría estará con nosotros. La gente siente y muestra alegría cuando se entrega a una gran afición. Por eso, es importante tener un hobby en la vida.

Pero entonces, la pregunta es: ¿nacemos alegres o nos hacemos alegres? Existe sin duda una componente genética o de carácter que influye en ese temperamento. Sin embargo, lo importante es saber que la alegría es también una actitud mental; la manera con la que afrontamos el día a día de nuestra vida.

La mayoría de nosotros podemos descubrir los motivos por los cuales no estamos alegres. Por ejemplo: somos muy exigentes con nosotros mismos o con los demás; somos perfeccionistas y puntillosos; sentimos fuertes sentimientos de culpa; nos tomamos demasiado en serio las cosas; nos preocupamos con el futuro o, simplemente, nos obsesionamos con el menor problema.

El primer paso para lograr ser más alegres es analizar qué nos impide serlo. Esa práctica nos puede ayudar a superar las tendencias mentales saboteadoras de alegría y felicidad. Sólos o con ayuda de otros, debemos preguntarnos con sinceridad ¿por qué no estamos sintiendo alegría? Si existen unas causas concretas que hemos sido capaces de identificar, trabajar para eliminarlas o cuando menos, atenuarlas. Por ejemplo, las contínuas disputas con la familia. Pues bien, quizá es mejor no relacionarse con ella que relacionarse mal y que esto nos provoque tristeza y dolor.

Otra vía es preguntarnos ¿qué cosas me alegran? Para cada cual existirán distintas opciones: charlar con un amigo; tomar una copa; ver un partido de fútbol; leer un libro; visitar un lugar; escribir; ir de compras, etc. Muchas de estas cosas son perfectamente asequibles. Sólo tenemos que identificarlas y ponerlas en práctica. La alegría está al alcance de todos haciendo aquello que nos gusta. Sólo es proponerse ir a su encuentro practicando aquello que nos gratifica.

También hay personas que experimentan una alegría especial ayudando a los demás. Por ejemplo, muchos realizan labores de voluntariado colaborando con organizaciones humanitarias. Esta es un vía de gran satisfacción personal con resultados maravillosos. Las personas que se ocupan de otros son más equilibradas y sienten alegría con muchísima mayor frecuencia.

Por último, interactuar y mantener una buena relación con los demás, es una faceta importantísima para sentirse alegre. La calidad en las relaciones humanas con familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo o estudios, es fuente de bienestar y alegría. Y a la inversa, las malas relaciones con nuestros semejantes son determinantes de tristeza y graves depresiones.

Y para acabar, una cita de Erasmo de Rótterdam que ratifica algo ya dicho:

“La verdadera alegría nace de la buena conciencia”.

¡De nuevo, nuestra amiga la Bondad!

sábado, 25 de octubre de 2008

Un poco de Budismo

El Budismo es un camino de vida y no simplemente una filosofía, religión o teoría. Por eso, algunos lo consideran un sistema de pensamiento, razonable, práctico, que lo abarca todo y que nos ayuda a ser más felices. Durante más de dos mil años ha satisfecho las necesidades espirituales de cerca de un tercio de la humanidad.

El Budismo interesa a Occidente porque no tiene dogmas. Satisface tanto a la razón como al corazón, insiste en la autoconfianza, y practica la tolerancia con otros puntos de vista. Las ideas budistas comprenden ciencia, religión, filosofía, psicología, ética y arte; y consideran solamente al hombre como creador de la vida presente y único artífice de su destino. Por tanto, el Budismo no cree en un Dios como origen del universo.

Para obtener la propia liberación, el Budismo establece como esencial recorrer el sendero expresado por Buda:

"Deja de hacer el mal, aprende a hacer el bien, y limpia tu propio corazón”

En definitiva, practica la Bondad. Por eso, una de las frases habituales del Dalai Lama es:

“La bondad es mi religión”

Buda enseñó que lo que hacemos y quienes somos, no debe estar separado.

En esencia, somos amor y debemos dar amor. Por eso, el verdadero secreto de la felicidad, está en orientarse a hacer lo que eres. Primero tienes que Ser, después tienes que Dar, y sólo al final, podrás Tener. Por tanto la secuencia correcta es: Ser, Dar y Tener.

Eres amor, da amor y tendrás felicidad

La mayoría de nosotros en cambio, seguimos el camino en sentido inverso: deseamos Tener para Ser –Tener amor para Ser felices- y ese camino no nos conduce a ningún sitio.

Por tanto, si eres amor por qué no actuar en consecuencia dando amor. Por eso cuando actuamos o vamos contra la esencia de nuestra propia naturaleza de amor, experimentamos sufrimiento y malestar. Exactamente lo mismo que nos ocurre cuando alguien nos obliga a hacer algo que nos disgusta o desaprobamos: nos sentimos mal.
Para ser feliz, en consecuencia, debo ser fiel a mi naturaleza. Volvemos pues, al principio:

Lo que somos y lo que hacemos, deben estar unidos.

Y esto no son meras hipótesis o ideas que alguno podría calificar de bobas. Está demostrado que abrirse para ayudar a los demás induce una sensación de felicidad y serenidad. En un estudio realizado a lo largo de treinta años con un grupo de graduados de la Universidad de Harvard, el investigador George Vaillant llegó a la conclusión de que un estilo de vida altruista constituye un componente básico de una buena salud mental. Es lo que algunos denominan «la serenidad del que ayuda».

Así, la gente que se ocupa de los demás, activa áreas cerebrales asociadas a las emociones. Los científicos han observado y comprobado que cultivar la amabilidad y la compasión a través de la meditación, tiene su influencia en regiones del cerebro que aumentan la empatía –comprensión-hacia los estados mentales de los demás. Estas áreas son la ínsula —una zona relacionada con el sistema límbico que juega un papel fundamental en la representación de las emociones— y la zona temporal parietal del hemisferio derecho, implicada en procesar la empatía y en percibir los estados emocionales de otros.

En las enseñanzas de Buda, honestidad, amabilidad, comprensión, paciencia, generosidad, lealtad y perdón, son las cualidades que, convenientemente practicadas, nos protegen y nos hacen sentir más dichosos.

Por eso hay que centrarse en la práctica de al menos, tres de las más importantes virtudes Budistas. Son las siguientes: Alegría, Compasión y Generosidad.

BONDAD = ALEGRÍA + COMPASIÓN + GENEROSIDAD --> PERDÓN

ALEGRÍA: Ser agradecido, optimista, confiado.

COMPASIÓN: Identificarse con el sufrimiento del otro y ayudarle.

GENEROSIDAD: Practicar comprensión, consuelo, apoyo, escucha y ánimo.

Sinceramente, creo que nos iría a todos mejor si fuéramos un poco budistas.

viernes, 24 de octubre de 2008

Ser, aceptar, transformar

Nadie puede ser lo que no es.
Nadie puede hacer lo que no sabe.
Nadie puede dar lo que antes no ha recibido y no tiene.
Hay que aprender a aceptar para aprender a recibir.
Porque sólo cuando aprendes a recibir, sabrás dar.
Sólo cuando aprendes a aceptar, logras comprender.
Por eso, lo que aceptas, se transforma.

sábado, 18 de octubre de 2008

Camina, olvida y mira el horizonte

La vida nos hiere a diario, y de tarde en tarde, invita al abandono. Pero de poco sirve afligirse y renunciar. Hay que aprender a sufrir y aceptar sin perder el paso ni el rumbo que nos lleva hacia el incierto horizonte. A veces es difícil, pero en ello estamos.

viernes, 17 de octubre de 2008

Compromiso frente a desentendimiento

Se habla de compromiso, en una de sus acepciones, cuando nos referimos al acuerdo o la palabra dada respetando el cumplimiento de algo que previamente hemos aceptado.

Hoy hablaré de compromiso, pero especialmente de compromiso hacia nosotros mismos; compromiso hacia los demás, compromiso como actitud vital. Del compromiso de unos frente al desentendimiento de otros.

Las diferencias entre comprometidos y desentendidos son muchas. Y lo son porque su forma de pensar, sentir y vivir es diametralmente opuesta. Por esa misma razón lo que cada uno de ellos atrae a su propia vida es también muy diferente.

Las personas comprometidas asumen las consecuencias de sus actos y aceptan la responsabilidad de sus decisiones. Por contra, los desentendidos suelen considerar que lo que ocurre se produce al margen de ellos. Las cosas simplemente suceden. Es el destino, la suerte o son así, dicen.

Los antiguos griegos sostenían que “carácter es destino”. Con ello venían a significar que somos los artífices de nuestro futuro. Como gestores de nuestra vida, cosechamos lo que sembramos. De ahí que resulte tan determinante si nuestra actitud vital es de compromiso o de desentendimiento.

Nuestros pensamientos determinan nuestras emociones. Éstas influyen en nuestra forma de comportarnos y actuar, y al final, todo junto, crea nuestra realidad.

Las personas comprometidas piensan con la cabeza y ponen el corazón en todo lo que hacen. Por eso las personas con compromiso buscan oportunidades y crean sus circunstancias. En cambio, las personas desentendidas, en tanto que pasivas, están al albur de las circunstancias que provocan otros.

Aquellos que actúan con compromiso asumen riesgos y aceptan sus consecuencias: son responsables de sus actos. Los desentendidos se sienten víctimas de las circunstancias y siempre buscan culpables.

Los comprometidos desean aprender y lo hacen hasta de sus propios errores. Los desentendidos están cerrados al aprendizaje pues creen saberlo todo.

Las personas comprometidas escuchan a su corazón y gozan de la motivación que les proporciona su deseo. Por el contrario, los desentendidos, tienden al desencanto y necesitan del ímpetu y ánimo que les den otros.

Los comprometidos tienden a la alegría y la felicidad. Los desentendidos suelen sufrir mal humor y tristeza. Por eso necesitan estímulos y compensaciones.

Las personas comprometidas siempre piensan qué pueden hacer; que pueden dar; que pueden ofrecer. A los desentendidos sólo les interesa qué hacen los demás por ellos, qué van a recibir, qué pueden obtener a cambio. Es la diferencia entre la generosidad y el egoísmo.

Los comprometidos se esfuerzan y luchan por aquello que desean. Hacen frente a las dificultades y no se rinden fácilmente. Los desentendidos tienden al derrotismo y tiran la toalla a las primeras de cambio.

Las personas comprometidas se centran siempre en la búsqueda de la solución: son proactivas. Las desentendidas se quedan atrapadas en el problema.

Los comprometidos ven los problemas como oportunidades para superarse. Los desentendidos culpan a su mala suerte y se quejan por no recibir lo que creen merecer.

Las personas comprometidas son confiadas. Los desentendidos recelan de todo.

Los comprometidos se relacionan con personas que también puedan ofrecerles compromiso. Los desentendidos pocas veces creen y confían en los demás, pues ni tan siquiera creen en sí mismos.

Los comprometidos tienen pensamientos positivos, son optimistas y tienen esperanza. Los desentendidos son pasotas y todo lo recubren de negatividad.

Las personas comprometidas son generosas de corazón y espíritu y conocen el valor de “dar”. Los desentendidos sólo piensan en sí mismos y en lo que pueden "recibir".

En definitiva comprometidos y desentendidos son dos mundos distintos. Ven la vida y se comportan frente a ella de manera opuesta. Por eso en su vida se manifiestan realidades muy diferentes.

¿Quieres ser una persona comprometida o vas a seguir siendo un desentendido?

lunes, 13 de octubre de 2008

Propósito en la vida

Desde la antigüedad el ser humano se ha cuestionado ¿quién soy? ¿por qué estoy aquí? ¿qué sentido tiene mi vida?. Esta última pregunta nos encara con nuestra realidad. Muchos de nosotros no sabemos bien qué responder. En realidad, a la mayoría, le gustaría modificar su vida o cuando menos, aspectos de la misma. La razón: no terminan de encontrar un sentido último a lo que viven. Por eso es importante encontrar lo que algunos denominan: un propósito en la vida, un sentido, una razón de ser. Tener propósito en la vida marca la diferencia entre vivir de forma plena, y vivir simplemente tirando. Cuantas veces nos decimos a nosotros mismos: “bueno, no me va tan mal”; “no me quejo, otros están peor que yo”; “virgencita que me quede como estoy”. En realidad, bajo esas expresiones subyace conformismo e incluso para algunos, resignación.

A mi modo de ver, la dificultad estriba en el enfoque que se hace de la cuestión: “encontrar nuestro propósito en la vida”.

Quizá, excesivamente influidos por ideas “new age” y en general, por la importación de filosofías y modelos de pensamiento orientales- nos empeñamos en considerar que “el propósito en la vida” es despertar a una realidad superior. Algo así como experimentar la iluminación y convertirnos todos en Budas.

Pues bien, lo primero que deberíamos saber es que la iluminación está al alcance de muy pocos. Ni tan siquiera muchos monjes o religiosos que consagran su vida entera a una práctica espiritual. La prueba es evidente: Jesús y Buda son dos grandes maestros que iluminaron a la humanidad con su pensamiento, doctrinas y forma de vivir. Hay algunos más. Sin embargo, no todos los días surgen personajes de esa dimensión y esa influencia.

Decían los Toltecas –pueblo indígena suramericano de gran sabiduría- que el hombre, la humanidad en general, vive sumida en un gran sueño. La mayoría de nosotros vive entre tinieblas y sin ser conscientes en realidad de quienes somos, de nuestra "misión" en el mundo y de nuestras posibilidades. Vivimos una sensación de individualidad y de egoísmo personal que hacen que nos sintamos separados unos de otros. Esa y no otra es la causa de nuestros males y nuestras carencias: el egocentrismo personal que nos lleva a querer ser mejores que los demás; a someterlos, a utilizarlos. Esa es la explicación de muchos de los conflictos cotidianos y las guerras.

Sólo cuando el hombre entiende que Todos Somos Uno, que todo está interconectado; que todo tiene el mismo origen y la misma esencia; que lo que hace daño al otro me hace daño a mi porque yo soy parte de él y él parte mía, las cosas empiezan a cambiar. Eso es tanto como empezar a despertar de ese sueño de importancia individual y de aislamiento egocéntrico. Sin embargo, ese proceso que algunos llaman toma de consciencia, no resulta fácil. Algunos están muy alejados de él. Siguiendo con la metáfora, muchos, la mayoría, están profundamente dormidos. Otros, en cambio, ya sienten cierta vigilia y comienzan a intuir. Es lo que se denomina el inicio del despertar de la conciencia colectiva. Por último, muy pocos son los que han despertado completamente. Son los que llamamos iluminados.

Generalmente descubrimos nuestro propósito cuando despertamos a una realidad superior, o al menos, a una definición más amplia de lo que es la vida. Hay quienes lo hacen desde el Amor. A través de él son capaces de entregarse a una causa que hacen motor de su vida. Otros lo hacen desde el sufrimiento: cuando una adversidad les golpea y estremece provocando en ellos un cataclismo personal. Sólo entonces se cuestionan las creencias en las que venían fundamentando su vida y sólo en ese momento, descubren que no han hecho nada provechoso para ser y hacer felices a los demás. Quizá entonces advierten consternados, que han dedicado su vida a luchas estériles y sin sentido.

La vida es una escuela de aprendizaje contínuo. Por ello, no conocemos nuestro propósito de antemano, sino que nos toca ir descubriéndolo poco a poco. Es la única manera de desarrollar nuestra potencialidad y valor como seres humanos. La forma de comprender, aceptar y asimilar realidades más amplias.

Todos, a una determinada edad, volvemos la vista atrás y contemplamos lo que ha sido nuestro trayecto vital hasta ese momento. Lo normal es hacerlo sobre los 40 años. Es decir, en el ecuador aproximado de la vida. Entonces, algunos sufren lo que se denomina la depresión de los 40. La mayoría de los que la sufren son aquellos que todavía a esa edad, siguen preguntándose ¿cuál es el propósito de mi vida? Para algunos, su desolación es que continúan sin encontrarlo.

Viktor Frankl prestigioso psiquiatra y neurólogo superviviente de los campos de exterminio nazis lo explica muy bien en su libro: “El hombre en busca de sentido”. A sus pacientes que le confesaban su deseo de suicidarse les preguntaba siempre lo mismo: "¿Por qué no lo hace? Adelante, suicídese si es lo que quiere". Invariablemente todos tenían una respuesta: "no lo hago porque tengo un hijo y qué sería de él; tengo una esposa a la que amo y me ama; tengo unos padres que no podrían soportarlo". La respuesta de Frankl era inmediata: "entonces amigo, su vida tiene un propósito. Es ese que precisamente le impide poner fin a su vida. Por consiguiente, luche y viva por ello. Haga algo para mejorar su vida".

Despertar
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El despertar del que hablábamos -cambio de enfoque o ampliación de miras- es el primer paso para encontrar un propósito en nuestras vidas. Si aun no tenemos un propósito claro en la vida, nuestro primer propósito debería ser encontrarlo.

La importancia de tener un propósito claro podemos verlo reflejado en la vida de importantes personajes. Todos tuvieron un propósito. Por ejemplo, el propósito de Henry Ford era masificar la producción, distribución y el consumo de coches para que todo el mundo pudiera acceder a uno. El de Walt Disney era hacer feliz a la gente, y el de la Madre Teresa de Calcuta era cuidar y confortar a los pobres, enfermos y necesitados de todo el mundo. Son propósitos loables y que han trascendido porque han influido y beneficiado a muchas personas. Sin embargo, nuestro propósito personal -no por influir en menos gente- es menos importante. El propósito de alguien puede ser cuidar a sus padres y darles una vejez feliz y reconfortada. El de otro puede ser educar a sus hijos para hacer de ellos personas equilibradas, positivas y felices. El de muchos, hacer bien su trabajo o cumplir con sus obligaciones profesionales. Todos, son propósitos importantes pues inciden y se dirigen a los demás.

Una vez que cada uno de nosotros encuentra su propósito, su vida adquiere sentido y sus acciones otorgan significado a cada una de ellas. ¿Por qué me levanto a las 6:30 cada mañana? ¿por qué debo ir a trabajar? Porque aunque mi trabajo no sea el mejor del mundo, mi propósito es ser útil y obtener unos ingresos que me permitan mantener y cuidar a mi familia. Mi propósito es mi familia y su bienestar. Yo soy el responsable de ello. Sólo yo puedo hacer tal cosa.

Todos tenemos alguien a quién ayudar, escuchar, consolar; actos que sólo nosotros podemos llevar a cabo. Cada uno de nosotros es único en su esencia. Sólo nosotros podemos hacer cosas que nadie más puede hacer de la misma manera. Eso nos brinda la maravillosa oportunidad de expresarlos para los demás y para nosotros mismos.

Tenemos un propósito, porque siempre hay una razón que nos motiva a manifestar la vida que llevamos dentro. Nuestra tarea es comprender esto y encontrarle significado a nuestra vida. De esa manera, comenzaremos a encontrar nuestro propósito.

Debemos ser humildes y conscientes de que nuestro propósito no es menos importante porque no incumba o trascienda a millones de personas. Hay personas a nuestro lado para las que somos lo más importante en el mundo. Hacia ellos debe dirigirse nuestro propósito.

Y por último, saber que el propósito, como la felicidad, no es un destino, sino un camino. Un trayecto, con cuestas y agujeros; acantilados y bonitos paisajes; sol pero también nubes y lluvia. Un camino en el que es importante saber que, mientras el deseo nos controla y somete, el dar a los demás nos libera y nos hace mejores y más felices.