domingo, 19 de abril de 2009

El bambú: paciencia y perseverancia

“Hay algo muy curioso que sucede
con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada visible con la semilla durante los primeros siete años, hasta tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece… ¡más de 30 metros!
¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No; la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, ese bambú estaba generando, silenciosamente, un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.”
El bambú es un claro ejemplo de paciencia y perseverancia en la naturaleza.
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Tenemos que aprender del bambú. Tendemos con demasiada frecuencia a querer obtener rápida respuesta y solución a las situaciones y dificultades de nuestra vida cotidiana. Todo en la vida requiere de un tiempo de maduración y hemos de ser conscientes de que todo tiene su momento y conlleva su tiempo. La consecución de nuestros objetivos es siempre resultado del crecimiento interno y de la toma de consciencia de nuestras capacidades y de nuestras limitaciones. Nuestras capacidades para saber qué objetivos realistas podemos fijarnos. Y nuestras limitaciones para, siendo conscientes, removerlas y superarlas de modo que no nos impidan avanzar. Y todo eso, requiere tiempo.

Por ello, los impacientes y los ambiciosos sin realismo, todos aquellos que aspiran a todo y además lo quieren rápido, pronto sucumben y abandonan a las primeras de cambio. Otros, tardan un poco más, pero justo antes de conseguirlo, desfallecen porque les ha faltado el empujón final. Por eso, es importante la perseverancia, la ilusión y la fortaleza para llegar hasta el final. Nadie dice que sea fácil. Sin embargo, siempre es mejor haberlo intentado de forma coherente y esperando el momento adecuado –haz lo mejor que puedas según las circunstancias- que no hacerlo o abandonar cuando aparecen las primeras dificultades, quedándote instalado en el desánimo y la frustración.

También es necesario entender que, en muchas ocasiones, nos veremos en situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Eso puede ser extremadamente
frustrante. Sin embargo, acordémonos entonces del proceso de crecimiento del bambú. Es una maravillosa metáfora natural que nos ayudará a entender la esencia de algunos procesos de la vida.
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Aunque el resultado final no pueda ser alcanzado, no importa. Se ha producido uno más sutil pero a la vez muy poderoso: en el proceso nosotros habremos madurado y crecido porque también durante el “camino” se aprende. Las dificultades y el sufrimiento templan el espíritu y nos hacen mejores pues nos ayudan a comprender y entender el esfuerzo y el sacrificio de los demás. Nos transforman.

Los resultados requieren de un proceso que necesita perseverancia y paciencia.

Tenemos que aprender a rectificar sobre la marcha y saber adaptarnos a las nuevas situaciones que aparecen a lo largo del “camino”. Aprender qué nos ayuda a acercarnos al resultado y qué nos aleja para descartarlo.

Y si al final no fuera posible obtener lo que deseamos, sólo nos queda un remedio: saber aceptar con humildad, pensando que aquello no estaba para nosotros y dando gracias por todo lo que hemos comprendido y aprendido durante el intento.

Sin reproches y en paz con nosotros mismos y los demás.

Aprender a oscilar cuando la tierra tiembla. Saber doblarnos sin rompernos.

La sabiduría del bambú es profunda.