domingo, 23 de agosto de 2009

Coherencia


Se denomina coherencia al valor por el que actuamos de acuerdo con nuestros principios. Se es coherente cuando aquello que se piensa se traduce en palabras y lo más importante, en hechos. En definitiva, es la actitud por la que se vive de forma acorde entre lo que se dice, se defiende y se hace.

Ser coherente es difícil. Hablar es fácil. Hacer todo lo que se dice no lo es tanto. Decían los griegos clásicos: “No me digas que es la sabiduría. No me digas cómo vivir y obrar bien. Muéstramelo”. Es decir, el ejemplo como la mejor forma de enseñar y ser coherente.

Así es, pues mal ejemplo se puede dar si se dice una cosa y se actúa de manera contraria: obras incoherentes con las palabras. Por tanto, la coherencia, consiste en no desviarnos de nuestra propia esencia. La que sea. Hasta aquellos que actúan mal pueden ser coherentes. No es coherente, por ejemplo, un pirómano que a su vez, trabajara de bombero. Con ello, vengo a decir que la coherencia no tiene nada que ver con la bondad o con lo positivo de nuestros actos, sino con la identificación entre pensar y actuar.

Quienes logran o consiguen ser coherentes en su actuar –muy pocos lo consiguen al cien por cien por no decir que casi nadie- se erigen como grandes ejemplos para el resto de los hombres, especialmente cuando sus actos son de provecho y beneficio para los demás. Sin embargo, como digo, es difícil ser siempre coherente como lo es, ser completa y absolutamente honesto en todo momento. (Véase el post dedicado a Honestidad).

Han existido grandes pensadores en la historia de la humanidad que han influido extraordinariamente con sus ideas y que en cambio, vivieron de manera no coherente sus vidas. Sirvan algunos ejemplos como el de Nietzshe, gran filósofo vitalista, quien llevó una vida llena de amargura o, Rousseau, el gran filántropo ilustrado, quien abandonó a sus hijos en un hospicio.

Entonces ¿cómo lograr en la medida de lo posible ser coherentes? Séneca -el gran filósofo estoico de origen hispano decía: “No pretendo que el sabio deba caminar siempre al mismo paso, sino por la misma ruta”. Es decir, si no podemos ser coherentes siempre, al menos, tenemos que ser conscientes e intentarlo.

Cuando somos honestos y coherentes no necesitamos explicarnos: nuestro comportamiento y actitud hablan por nosotros. Es como la humildad. Los verdaderamente humildes no alardean de ello sino que pasan desapercibidos. Lo mismo ocurre con la coherencia. Dice un refrán muy extendido: “Dime de qué presumes y te diré de lo que careces”. Con frecuencia, los que más hablan de lo que hacen son los que menos hacen. “Factum non verba” (hechos y no palabras) que decían los antiguos latinos.

En definitiva, coherencia es: pensar, sentir, hablar y actuar en el mismo sentido.

Y, ¿para qué ser coherentes? Pues porque la congruencia entre pensamiento y acción es imprescindible para alcanzar paz interior. Decir y hacer de la misma manera nos ahorra muchas contradicciones y conflictos internos con nosotros mismos y con los demás. Las personas coherentes son consideradas auténticas y generan admiración, confianza y respeto. Como sostenía Epicuro, no hay otro camino que sentir lo que se hace y hacer lo que se siente.

El problema de vivir este valor es que somos muy susceptibles y vulnerables a la influencia de las personas y las circunstancias. En muchas ocasiones, por miedo, callamos; evitamos contradecir la opinión equivocada de otros, o definitivamente, hacemos lo posible por comportarnos de aquella manera que creemos nos provocará menos problemas. La coherencia exige mantenernos firmes, aún a costa de nuestra posición, la amistad o la opinión de otros.

Puede también suceder que actuando con base en nuestras convicciones actuemos coherentemente bajo la premisa del “a toda costa” porque “yo soy así, así pienso y así actúo”. Es cierto que la coherencia exige esa firmeza, pero sin olvidar que debe ir acompañada de un criterio bien formado para no caer en la obstinación. Por eso, siempre debemos ser conscientes de que la coherencia, debe ser mostrada de manera flexible. Por un lado tenemos que saber callar y ceder en cosas sin importancia; pero en circunstancias en las que estén en juego principios o derechos, se tiene la obligación de enfrentar la situación de forma coherente para evitar problemas más tarde. Este es el motivo por el cual, la coherencia debe combinarse con el ejercicio de la prudencia.

¿Qué necesitamos para ser coherentes, conocimiento de los valores o voluntad de ejercerlos? En estricto sentido, ambos. Voluntad para superar nuestro temor a ser “diferentes” con el implícito deseo de ser mejores. Con el conocimiento, hacemos más firmes nuestros principios, descubriendo su verdadero sentido y propósito, lo que nos ayudará a ejercitarnos en su ejercicio y a vivirlos de manera natural.

Para la práctica y vivencia del valor de la coherencia:

- Examina si tus actitudes y palabras no cambian según el lugar y las personas con quien estés. Procura que en todo lugar y momento se tenga la misma imagen y opinión de ti.

- Piensa en la coherencia que exiges de los demás y si tú actúas y correspondes, al menos, en la misma proporción.

- Cumple con tus obligaciones o compromisos lo mejor que seas capaz.

- Considera que en ocasiones puedes estar equivocado: escucha, reflexiona, infórmate y corrige tu actitud si es necesario.

La experiencia demuestra que nuestras decisiones son más firmes y vivimos con mayor tranquilidad, al comportarnos de manera coherente. Esa coherencia aumentará nuestro prestigio personal, profesional y moral, lo cual garantizará incondicionalmente la estima, el respeto y la confianza de los demás.

Y para concluir, un par de frases sobre coherencia:

“Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive”. (Gabriel Marcel, filósofo y dramaturgo francés).

“No le pidas peras al olmo”. (Refranero español).

domingo, 2 de agosto de 2009

Un poco de Taoísmo

El "Tao King" de Lao Tse es el texto fundador del Taoísmo, una filosofía china nacida hace más de 2.500 años. El Tao King es una guía de sabiduría que se presenta bajo la forma de una serie de aforismos o metáforas.

Como el Budismo, la filosofía del Tao está basada en el principio del Yin y del Yang: día-noche, masculino-femenino, frío-caliente, etc. Todos ellos se alimentan el uno del otro, esto es, de las polaridades complementarias de una misma energía. En el perpetuo movimiento entre esas polaridades está el origen de la principal característica del mundo material: la impermanencia: todo cambia. Lo único que nunca cambia, es que todo cambia continuamente.
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Como la mayoría de filosofías orientales, la del Tao está muy inspirada en la observación y la contemplación de la naturaleza.
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Algunas propuestas del Taoísmo

Habla sólo cuando sea necesario. Piensa lo que vas a decir antes de hablar. Sé breve y preciso pues con cada palabra emites una parte de tu energía y tienes que aprender a hablar sin perder energía. Nunca hagas promesas que no puedas cumplir. No te quejes y no utilices palabras que proyecten negatividad porque tus palabras son energía y crean. Si no vas a decir nada bueno, verdadero y útil, es mejor que calles. Practica el silencio interno para valorar lo que la vida te trae y toma tu decisión después. De esa manera desarrollarás confianza y sabiduría.

Aprende a ser como un espejo, escucha y refleja la energía. El universo mismo es el mejor espejo de la naturaleza. El universo acepta sin condiciones: nuestros pensamientos y emociones; nuestras palabras y acciones, y siempre, nos envía el reflejo de toda esa energía mediante las circunstancias que vienen a nuestra vida.

Si te identificas con el éxito, tendrás éxitos. Si te identificas con el fracaso, tendrás fracasos. Por eso, lo que vivimos es la manifestación externa de nuestros pensamientos, palabras y actos. Aprendamos a ser como el universo, escuchemos y reflejemos nuestras emociones sin prejuicios, aprendiendo a hablar de otra manera: sosegando nuestra mente y evitando las reacciones emocionales excesivas. Busca siempre una comunicación sincera y fluida.

Evita juzgar y criticar a los demás. El Tao es imparcial y no emite juicios. No critica. Tiene una compasión infinita y no conoce la dualidad. Cada vez que juzgas a alguien lo único que haces es expresar tu opinión personal, y eso, no es más que una pérdida de energía, simple ruido. Juzgar, es una manera de esconder tus propias debilidades. El sabio lo acepta todo y no emite juicios.

Recuerda que todo lo que te molesta de los demás es una proyección de todo lo que todavía no has resuelto en ti mismo. Deja que cada cual resuelva sus propios problemas y concentra tu energía en tu propia vida. Ocúpate de ti mismo, no te defiendas de las palabras ofensivas de los otros. Cuando tratas de defenderte, en realidad, estás dándole demasiada importancia a sus palabras y de esa manera, das más fuerza a su agresión verbal. Si aceptas el no defenderte, estás mostrando que las opiniones de los demás no te afectan, que son simples opiniones y que eres inmune. No necesitas convencer a los demás para sentirte feliz. Tu silencio interior te vuelve impasible. Haz regularmente un ayuno de palabras. Reeduca tu ego, ese que tiene la mala costumbre de hablar todo el tiempo. Practica el arte de no hablar. Toma un día a la semana para abstenerte de hablar, o al menos, algunas horas al día. De esa manera conocerás y aprenderás el ilimitado universo del Tao. Poco a poco, desarrollarás el arte de hablar sin hablar y tu verdadera naturaleza interna, reemplazará tu personalidad artificial. Así brotará luz de tu corazón y poder de la sabiduría del silencio. Gracias a esta fuerza, atraerás hacia ti todo lo que necesitas para realizarte y sentirte libre. Sin embargo, cuida que el ego no interfiera. Mantendrás tu poder mientras el ego esté sujeto y en silencio. Si tu ego se impone y abusa de su poder, se convertirá en un veneno para tu ser.

Practica pues el silencio y cultiva tu propio poder interno.

No te des mucha importancia. Sé humilde. Cuanto más arrogante, superior o prepotente te muestres, más prisionero serás de tu propia imagen y de un mundo irreal de tensión e ilusiones.

discreto preservando tu vida íntima. Así te liberarás de la opinión de los demás. Tu vida será tranquila y pasarás desapercibido. Te percibirán misterioso, indefinible e insondable como el Tao.

No compitas con los demás. Sé como la tierra que nos nutre y da lo que necesitamos cuando la plantamos. Ayuda a los demás a descubrir sus cualidades, virtudes y a desarrollarse como personas. El espíritu competitivo desarrolla ego y genera conflictos.

Ten confianza en ti mismo. Preserva tu paz interior. No caigas en la provocación y las trampas que te tiendan.
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No te comprometas fácilmente. Si actúas precipitadamente y sin consciencia de las situaciones, vendrán complicaciones a tu vida. La gente no tiene confianza en aquellos que dicen sí muy fácilmente porque saben que ese sí, no es sólido.

Si sobre algo no sabes o no tienes la respuesta a la pregunta, acéptalo. El hecho de desconocer es incómodo para el ego que quiere saberlo todo y siempre quiere opinar y tener razón. En realidad, el ego no sabe nada, simplemente hace ver que sabe.
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Respeta la vida de los demás y de todo lo que existe en el mundo.

No trates de forzar, manipular y controlar a los otros.

Conviértete en tu propio maestro y deja a los demás ser lo que son. Están donde están: en su particular grado de evolución personal y hacen y dicen lo que tienen capacidad de ser.

Dicho en otras palabras, vive siguiendo la vida sagrada del Tao.