domingo, 26 de julio de 2009

Austeridad

Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Arístipo que vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le dijo Arístipo: «Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas». A lo que replicó Diógenes: «Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey».

La palabra austeridad deriva del latín austeritas, austeritati, austerus, a, um, cosa áspera y acerba al gusto, como es el sabor de las frutas que aún no están maduras.
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La austeridad es una de las grandes virtudes del ser humano. El diccionario la define como la “cualidad de austero”, y a éste, como “severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral” y también como “sobrio, sencillo, sin ninguna clase de alardes”.
La austeridad no sólo es virtud de las personas individualmente consideradas, sino también de las empresas o agrupaciones de cualquier tipo. Es la virtud de oro, con valor definitorio, de un buen gobierno. En éste, la austeridad se manifiesta en la actitud prudente y equilibrada de los gobernantes; en la limpieza, claridad, acatamiento de las leyes, el respeto de los principios democráticos y la cooperación entre los organismos y poderes del Estado. Y sobre todo, en el manejo con absoluta pulcritud del dinero público, que no sólo deberá administrarse con honradez y sin ningún despilfarro, sino también con eficaz aplicación al bienestar y progreso de la sociedad.
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Sin embargo, no debemos confundir austeridad con tacañería. El dinero que se tiene no es para atesorarlo con alma de usurero, sino para usarlo con prudencia y buen tino, sin alardes ni exageraciones y en beneficio de quien lo tiene, de su familia, y a ser posible, de la sociedad en la que se vive. No tiene sentido acumular recursos sin emplearlos en lo que sea necesario, aunque sin descuidar, el ahorro en previsión del futuro.
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A qué llamamos austeridad

El verdadero sentido de la palabra austeridad sólo se conoce cuando se enlaza con la modestia. Lo modesto es rehusar lo innecesario, desde el momento en que lo innecesario nada significa. Se es naturalmente modesto, mas no por renuncia, sino por predisposición natural, por ideales o por instinto. De igual forma se es igualmente austero: se rehusa el lujo porque el lujo nada significa por sí, aunque, sin rechazar lo necesario. Sería absurdo que, en nombre de la austeridad, un mendigo renunciara al dinero. En su verdadero sentido se llama, pues, austeridad a la modestia o predisposición a rehusar lo innecesario. Que los mendigos o que los necesitados en general prediquen austeridad resultaría pues, absurdo.

La cuestión está en vivir con la mayor dignidad, como corresponde al ser humano, y al mismo tiempo, poder ayudar a otras personas. Por ello, lo conveniente es introducir en nuestras vidas, como compromiso social, un principio de austeridad, o lo que es lo mismo: moderarnos en el consumo y uso de cosas y práctica de actitudes que no son de estricta necesidad para vivir.
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Resistirnos al consumismo significa vivir un estilo y sentido de la vida diferente. Para ello necesitamos discernir qué necesitamos de verdad y de qué podemos prescindir. Liberados de los objetos que nos ahogan, seremos más libres y nos encontraremos más a nosotros mismos y a los demás.

¿Cuál es el límite de la moderación?

Quien consume indiscriminadamente, sin ton ni son aquello que beneficiaría a los necesitados, se convierte en un ser insolidario, egoísta; en un ser pasivo y vacío que está en la vida para acaparar y usar. Por el contrario, quien modera sus ansias de consumir, vive con austeridad y no lo hace por mortificación, sino porque prefiere tener más tiempo para sí y los demás.

Uno de los ejemplos más claros que denotan falta de austeridad se da con los hijos. Desde que nacen nos esforzamos en mimarlos en exceso, partiendo del principio de que ellos han de tener todo lo que nosotros no pudimos alcanzar. Nos volcamos en facilitarles todo cuanto se les antoja. De esta forma consiguen ropa de marca, juegos, ordenador, moto, coche, etc. Les acostumbramos a vivir sin carecer de nada y a conseguirlo todo sin esfuerzo. Los niños así educados no sabrán hacer frente a sus obligaciones, no comprenderán el valor del esfuerzo y lo darán todo por hecho. No generarán el necesario sentido de la responsabilidad. En lugar de responder con entereza a las dificultades que suele plantear la vida, se convertirán en personas víctimas de la frustración si no obtienen lo que quieren y además, fácilmente. Así se llega a conformar una sociedad insolidaria y falta de valores por individualista y egoísta.

Un nuevo enfoque

Un primer paso para desembarazarnos de este autoimpuesto y autoasumido estilo de vida occidental, en el que al consumo compulsivo se le denomina “nivel de vida” y a la posibilidad de conseguirlo se le llama “bienestar”, pasa por ser conscientes de las cosas que tenemos y de las que podríamos prescindir sin que nos pasara absolutamente nada. Bueno sí, tendríamos más tiempo para nosotros y para estar con los demás. Seguro que llegamos a la conclusión de que podemos vivir con mucho menos, prescindiendo de muchas cosas superfluas. Por supuesto, sin llegar al extremo contrario que es el ascetismo, como doctrina moral que se basa en la oposición sistemática al cumplimiento de necesidades en algunos casos básicas –comer- por considerarlas de orden inferior, apegadas al cuerpo y frente a la supremacía del alma. Pero en cambio, sí podemos tener como guía la frugalidad entendida como la adquisición de bienes y servicios de manera comedida. Comprar y usar lo que necesitemos y con finalidad a largo plazo. Una forma es reducir lo superfluo o frenar hábitos costosos; buscar la eficiencia o evitar las opciones más caras por la sola razón de la imagen o el nombre comercial. La filosofía sería vivir más con menos y ayudar siempre a los que más necesitan.

Como dice la sabiduría popular: "No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita".
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En consecuencia, para ser más felices, seamos más austeros.