sábado, 27 de diciembre de 2008

Confianza (II)

En la primera parte traté de la confianza en los demás. Ahora hablaré sobre la confianza en uno mismo: la confianza propia entendida como la convicción sobre nuestras capacidades y cualidades. Esta es una confianza que se consigue a medida que constatamos nuestra aptitud en las tareas que realizamos y logramos habilidad relacionándonos bien con los demás. Es por tanto, un sentimiento interior que podemos desarrollar. Para ello ya vimos que la infancia es una etapa trascendental, en particular, la relación con los padres. Ese vínculo paterno-filial nos tiene que reportar seguridad y atención y eso se obtiene sintiendo que nos aman. A lo largo de nuestra vida, aunque necesitemos ser escuchados, respetados y valorados -saber y sentir que se cree en nosotros y en nuestras capacidades- tenemos que saber que la confianza es algo que hay que desarrollar continuamente. Para ello es fundamental actuar y relacionarnos con los demás empleando paciencia, cuidando las formas y las acciones y, siendo siempre conscientes de nuestras limitaciones. Para sentir que los demás confían y creen en nosotros, es esencial que primero lo hagamos en nosotros mismos.

Confianza en nosotros mismos

Si no gozamos de equilibrio interior, es difícil sentirnos confiados y confiar en los demás. Es importante recibir el reconocimiento de los demás porque nos ayuda y anima. Sin embargo, lo importante es hacer las cosas con el corazón y porque realmente las deseamos: confiadamente. Nunca actuar por proyectar una imagen hacia los demás o pensando en el qué dirán o en obtener su aprobación. Si realmente no hacemos las cosas con convencimiento nos estaremos engañando, traicionando nuestra propia confianza y a la postre, la del resto. Actuando sin confianza en nosotros mismos esa misma confianza se ve disminuida y a través de ella nuestra autoestima. Para disfrutar de buena autoestima debemos estar convencidos de que la vida que llevamos está acorde con lo que sentimos y queremos.

Las relaciones hay que cuidarlas o descartarlas

Es nuestra responsabilidad seleccionar y cuidar a las personas con las que nos relacionamos y, algo muy importante, apartarnos de las que nos dañan y con su actitud lastiman nuestra confianza y autoestima.

Para que exista una relación sincera es imprescindible que exista confianza. Depende pues de nosotros generar confianza como punto de arranque y garantía de la buena salud de nuestras relaciones. Esto nos permitirá abrirnos a los demás, y relacionarnos con ellos sinceramente. La confianza es imprescindible para que las relaciones -amorosas, familiares o amistosas- sean un verdadero encuentro sereno y positivo que nos enriquezca como personas con equilibrio, armonía y autenticidad.

En consecuencia, confiar es abrir la puerta para poder recorrer el camino de nuestra vida de manera más sosegada. Es la esperanza y la ilusión con la que debe moverse todo ser humano que quiera sentirse bien dando sentido y proyecto a su vida.

Quien no goza de confianza en sí mismo, posterga las decisiones, demora continuamente la resolución de los asuntos pendientes, va dejando por el camino cosas sin hacer y mantiene una actitud de parálisis. Así, pone de manifiesto para sí y para los demás, que es una persona en quien no se puede confiar.

Cuestión de honestidad

Al ser tan necesario que sea verdadera, la confianza no puede ser ciega sino que ha de sustentarse en el conocimiento personal. Un conocimiento sobre nuestras posibilidades y limitaciones que ha de ser honesto, sincero y sin falsas expectativas.

Si no somos honestos con nosotros mismos, al final tenderemos a infravalorarnos y nuestra autoestima se verá afectada. Nos volveremos pesimistas, viviremos sin entusiasmo, dudaremos continuamente y seremos poco asertivos. Se complicará nuestra convivencia y nos condenaremos a una cierta invisibilidad social que terminará minando nuestro ánimo. Sin confianza personal propia se tiende a ser una persona dependiente que otorga autoridad sobre su vida a quienes creemos superiores o simplemente a depender de aquellos que creemos saben mejor lo que necesitamos.

Una forma para conocer si nuestra confianza está dañada es analizar nuestras dudas, esas que nos asaltan sobre cómo llevar a cabo algo. Qué hacer en un determinado momento o qué sentimos sobre los demás. Desconfiando de uno mismo y de los demás, nos precipitamos hacia una visión negativa de todo y de todos. Nos bloqueamos y tendremos tendencia a querer controlar las circunstancias y las relaciones sociales. La falta de confianza provoca que se adopten imprudentemente decisiones o se rechace asumir riesgos del acontecer cotidiano. De esa manera dejamos de aprender, de experimentar y en definitiva, de vivir la vida.

6 pasos para desarrollar confianza:

1. Conocernos a nosotros mismos lo mejor posible: ser conscientes de nuestras limitaciones e intentar superarlas.

2. Ser activos y no tener miedo a actuar: opinar, elegir, comprometernos con nosotros mismos, los demás y la vida en general siendo capaces de asumir riesgos con prudencia y sensatez.

3. Valorar nuestras capacidades y posibilidades: aplicarlas y sentirnos contentos por poseerlas.

4. Iniciar y mantener relaciones de calidad: donde la comunicación abierta, positiva y sincera sea una constante y un objetivo.

5. Dejar de lado la tensión, el sufrimiento y el control continuo: de las personas y las circunstancias.

6. Ser naturales y espontáneos actuando con el corazón: permitir mostrarnos a los demás transparentes y auténticos, pero siempre respetuosos.

Y para acabar una frase de Emerson:

“La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito”

domingo, 21 de diciembre de 2008

Confianza (I)

En sociología y psicología social, la confianza es la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de una manera concreta en una determinada situación. La confianza es una hipótesis sobre la conducta propia y futura de otros. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse por el no-control de los otros, de las circunstancias y del tiempo.

La confianza se considera por lo general la base de todas las instituciones. Todo es cuestión de confianza pues sin ella no podríamos convivir. Al subir a un tren, a un autobús o al avión, ponemos nuestra confianza en su conductor o piloto en la creencia de que nos llevarán a destino sanos y salvos. Cuando nos sirven un plato en un restaurante confían en que después de degustarlo abonaremos la cuenta, de la misma manera en que nosotros confiamos que los alimentos están en buenas condiciones para ser consumidos. Vamos al médico o al abogado con la confianza de que nos van a curar o ayudar a resolver la controversia. Las relaciones comerciales, las relaciones amistosas, las relaciones amorosas, las laborales, las de la sociedad en general, se basan en la confianza entre las personas. El éxito de las empresas tiene como fundamento básico la unión y confianza entre los miembros de los equipos.

La confianza es una potentísima energía que nos provee de alegría, optimismo, esperanza, seguridad y en el fondo, bienestar y felicidad. La confianza nos hace sentirnos libres, fuertes y mejores. Por el contrario, la desconfianza y el recelo debilitan, nos generan malestar, miedo, tensión, insatisfacción y sufrimiento. Cuando alguien ha violado gravemente la confianza que habíamos depositado en él -sobre todo si nos han traicionado varias veces- se apodera de nosotros la duda constante y la inquietud. A partir de ahí, la respuesta es la parálisis que nos impide tener iniciativas. Sufrimos desconfianza.

El hombre necesita confiar en sus congéneres para poder vivir. Sólo a través del vínculo social basado en la confianza ha sido posible nuestro desarrollo como especie. El bebé necesita de sus padres para salir adelante. Requiere sus cuidados, atenciones y debe recibir sobre todo amor y confianza. Por eso los niños que no reciben amor, son reprimidos y castigados arbitrariamente por sus progenitores o las personas que les cuidan, serán adultos inseguros, con baja autoestima personal, recelosos, sin confianza en sí mismos y desconfiados con los demás. En definitiva, personas insatisfechas y con dificultades para obtener momentos de felicidad.

La confianza es pues el sentimiento por el cual nos conducimos seguros en la vida y nos permite darnos y recibir de los demás de manera satisfactoria. Por eso las relaciones comerciales se basan fundamentalmente en confianza. Sin confianza no pueden existir buenos negocios. La lealtad de los clientes y los proveedores alcanza su grado máximo existiendo confianza plena. En el comercio tradicional la palabra dada era sagrada: era por sí sóla, el mayor compromiso. No era necesario siquiera firmar un documento entre los contratantes pues el prestigio social y la honorabilidad de los comerciantes -sobre la base de la confianza- estaban absolutamente comprometidos sólo, a través de la palabra.

Cuando los ciudadanos no confían en sus gobernantes y en sus instituciones, el sistema político y la democracia se resienten gravemente. Por eso se dice que el sistema auténticamente democrático es aquél en el que los individuos se sienten seguros, confiados y pueden "dormir tranquilos". La desconfianza por contra genera recelos y malas relaciones a todos los niveles. Las tensiones entre países y las guerras parten siempre de la desconfianza y el miedo a sufrir agresiones. Muchas guerras preventivas se han iniciado por desconfianza y temor al supuesto enemigo por el que se teme ser atacado.

Para desarrollar confianza es necesario primero ser conscientes de que la confianza es algo que se construye y también se destruye. Cuando alguien ha recibido siempre confianza y no la ha traicionado, tiende a comportase más generosamente con los demás: es más confiado. Por el contrario, el defraudado reacciona con mayor cautela y suele ser más exigente en sus relaciones con los otros a quienes exige un comportamiento casi impecable. Por eso se dice que la confianza se crea y se destruye, se gana y se pierde. Se gana poco a poco, pero se pierde con extraordinaria rapidez. Todos sabemos que cuando se ha roto, es muy difícil de reestablecer. Es algo así como una figura de porcelana, podemos volver a pegar los trozos rotos pero siempre, notaremos las señales de la fractura.

La confianza implica reciprocidad. No puede ser unilateral: prestada por una de las partes. A medida que vamos relacionándonos con otros y comprobamos que cumplen con nuestras expectativas, experimentamos que aquella crece y se consolida. Esperamos confiados porque estamos convencidos de que vamos a recibir por otros aquello a lo que se comprometieron. Damos en la confianza de que recibiremos. Aquellos que sólo reciben y nunca dan, acaban con la confianza y con la relación. Por eso cuando se establece una relación de mutua confianza y se ha firmado un pacto y quien lo incumple lo hace mediante engaño, ese engaño se considera especialmente grave pues el que lo ha consumado, se ha aprovechado de la confianza previa existente.

La confianza debemos saber administrarla. Tenemos que ser pacientes y saber ganarnos la confianza de los demás. No podemos pretender que todo el mundo confíe en nosotros inmediatamente. Hay que aprender a construirla y ganarla poco a poco. De igual manera no siempre se puede confiar en todo el mundo y en cualquier circunstancia. Sería una actitud no cautelosa. La realidad cotidiana nos dice que, en determinadas circunstancias, resulta necesario saber tomar precauciones. No podemos ser ingenuos y exigirla o darla incondicionalmente. Cada persona se abre o da, lo que puede o lo que sabe, según su forma de ser y entender la vida. Hay que ser pacientes y conocernos bien y conocer a los demás, pues no todo el mundo es igual ni responde de la misma manera o igual que nosotros. Por eso quizá alguien dijo que: “Siempre confía plenamente el que nunca engaña”.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Entusiasmo

Con entusiasmo se ve la vida con otros ojos, se transforma la realidad y se crean resultados brillantes
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La palabra entusiasmo proviene del griego "en-theos-usmus" y significa “Dios dentro de ti”. Es decir, la energía creadora de la vida con poder para crear o la capacidad de la mente para generar ideas geniales e innovadoras que den resultados brillantes. Por eso, para los griegos un entusiasta era una persona “tomada” por los dioses, guiada por su fuerza y sabiduría, y que podía transformar la naturaleza.

Sólo las personas entusiastas son capaces de vencer los desafíos de lo cotidiano y acometer con resolución los problemas.

La persona entusiasta es aquella que cree firmemente en su capacidad de transformar las cosas, cree en si, en los demás y cree en la fuerza que tiene para cambiar las circunstancias y su realidad. El entusiasmo nos impulsa a actuar, a transformar el mundo movidos por la fuerza y la creencia en que las acciones a emprender son viables y acertadas.

Con entusiasmo se encara la vida de otra manera. El entusiasmo va más allá del optimismo. Aunque los entusiastas son optimistas, estamos ante actitudes distintas. Optimismo es pensar que va a producirse siempre algo positivo viendo el lado favorable de las cosas.

En cambio, el entusiasmo, es fundamentalmente acción y ante todo deseo y propósito de transformar. Sólo se es entusiasta actuando con entusiasmo. Si esperamos a tener las condiciones ideales para entusiasmarnos, jamás nos entusiasmaríamos por algo, pues el entusiasmo sólo funciona anticipadamente y no con posterioridad. No son "las cosas que van bien" las que atrae entusiasmo, es con entusiasmo con lo que hacemos bien las cosas y con lo que alcanzamos resultados favorables. Hay personas que se quedan siempre esperando a que las condiciones mejoren, que llegue el éxito, que mejore su trabajo, que cambie la relación con su pareja o con su familia para luego lograr entusiasmarse. De esa manera, nunca logran entusiasmarse por nada. El entusiasmo siempre funciona a la inversa.

Si creemos que es imposible entusiasmarnos por las condiciones actuales en las que nos toca vivir, lo más probable es que no superemos esa situación. Es necesario creer en uno mismo, en la capacidad de actuar y transformar la realidad. Dejar de lado los pensamientos negativos, orillar el escepticismo y desterrar completamente la incredulidad. Es preciso ser entusiasta con la vida, con uno mismo y con los demás.

Cómo ser entusiasta.

El entusiasmo es una cualidad que parte de un estado de fe, de afirmación de uno mismo; una forma distinta de mirar la vida. Es una fuerza que se genera voluntariamente y que a medida que se ejercita, con autoafirmación, perseverancia, coraje, constancia y voluntad, crece dentro de nosotros. Actúa con entusiasmo y éste se incrementará en ti. Sin importar como te sientas, sé siempre entusiasta, actúa con determinación, firmeza y dinamismo. Para ello, comienza cuidando tu actitud corporal -por ejemplo camina erguido-. En definitiva, cultiva los buenos pensamientos y la alegría de vivir, activa tu atención consciente y céntrate en la búsqueda de resultados. Enfócate hacia la prosperidad y el éxito y ¡arriba siempre el animo!

Para lograr entusiasmo es fundamental ser consciente y practicar las siguientes 4 actitudes:

1. Revisa tus pensamientos. Acostúmbrate siempre a pensar positivamente. Impide que los pensamientos negativos te asalten y se adueñen de tu mente.

2. Recuerda que el poder está en las palabras. Hablar impecablemente alimenta tu entusiasmo. Cuando uses una palabra o frase negativa, haz lo posible por ser consciente de que ese no es el camino y cambia inmediatamente lo que estás diciendo.

3. A nuestro cerebro le influyen las actitudes corporales que adoptemos. Permanece alerta sobre la postura del cuerpo que adoptas en cada momento: eleva tu mirada, levanta la cabeza, camina erguido, abre los ojos, fíjate en la realidad que te rodea. Sonríe y habla con firmeza y tono alegre.

4. Actúa. El Universo premia la acción. La acción impulsa y atrae entusiasmo. La actitud decidida a triunfar genera a su vez una energía que nos conduce a obtener resultados. Eso es entusiasmo. El Entusiasmo y la Acción son los padres de la Prosperidad y el Éxito.

Únicamente las personas entusiastas, alcanzan sus objetivos, hacen realidad sus sueños y logran ser grandes profesionales y empresarios de éxito.

Una actitud entusiasta te permitirá siempre persistir, insistir, resistir y nunca desistir. Nada puede reemplazar a la determinación de querer conseguir algo con entusiasmo. Una vez que estás decidido a lograrlo, lo conseguirás, jamás falla.

Para terminar, haré una reflexión sobre las actitudes exageradamente entusiasta y partiendo de la idea de que todo en exceso es contraproducente. Hay que ser entusiastas sin arrollar, ningunear o despreciar a los demás. Así, el Dalai Lama nos dice que tenemos que encontrar el equilibrio entre EL ENTUSIASMO Y LAS TRES ERRES: "Respétate a ti mismo", "Respeta a los demás", y "Responsabilízate de tus acciones". Es importante considerar esta recomendación y aplicarla. Si de verdad queremos que haya armonía en el mundo, empecemos por amarnos a nosotros mismos y a los demás, asumiendo siempre las consecuencias de nuestras acciones. No podemos ser entusiastas contra los demás porque entonces iremos contra nosotros mismos y de esa manera no será posible que alcancemos felicidad.

En definitiva, para alcanzar éxito y felicidad en la vida el entusiasmo es un requisito indispensable.

Y como siempre, una frase final, en este caso de Emerson:

“Nada que valga la pena se logro jamás en la vida, sin entusiasmo”.


domingo, 7 de diciembre de 2008

Optimismo

La realidad es en ocasiones compleja y gris. Sin embargo, con optimismo la enfocamos positivamente como mejor manera de resolver sus retos
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El término optimismo surge del latín "optimum": "lo mejor". Optimismo es la chispa mágica, que nos ayuda a ver la parte positiva de las personas o de las cosas en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es una de las actitudes mentales más poderosas para ayudarnos a alcanzar nuestros deseos y metas.

Para la psicología, optimismo es la característica de la personalidad que media entre los acontecimientos externos y la interpretación personal que hacemos de ellos. Es la tendencia a esperar que el futuro depare resultados favorables y que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia. El optimista ve siempre el lado bueno de las personas y las circunstancias, confía en sus capacidades y en la ayuda de los demás.

La principal diferencia entre una actitud optimista y su contrapuesta –el pesimismo- es el enfoque de la realidad. Empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca desánimo y apatía. En cambio, el optimismo es la actitud mental dispuesta a encontrar siempre posibilidades, ventajas y soluciones.

Las personas más optimistas tienen mejor humor, son más perseverantes y gozan de mejor estado de salud y tienen más éxito. Los que poseen altos niveles de optimismo y esperanza -ambos tienen que ver con la expectativa de resultados positivos en el futuro y con la creencia en la propia capacidad de alcanzar metas- salen fortalecidos y obtienen enseñanazas de situaciones traumáticas y estresantes.

Todos los seres humanos tenemos problemas, sin embargo, hay que evitar la actitud mental que propicia que nos amarguen la vida. Con actitud optimista, es posible resolverlos, sabiendo que los problemas tienen solución de forma más sencilla si confiamos en nuestra capacidad para afrontarlos. Por el contrario, el pesimista se pone gafas negras para ver la vida y hace de la tristeza y la melancolía sus compañeras inseparables.

Sin embargo, alcanzar el éxito no siempre es la consecuencia directa del optimismo. A veces, pese al esfuerzo y el optimismo, las cosas no resultan como queremos. Lo bueno del optimismo es que nos ayuda a volver a intentarlo, a analizar qué ha fallado, dónde se hemos cometido errores. Sólo así es posible superar las dificultades y lograr objetivos, pues con optimismo, se refuerza y alienta la perseverancia. Por eso también, el optimista sabe buscar ayuda como alternativa para alcanzar los objetivos que se ha propuesto, en una actitud que en nada demerita el esfuerzo o la iniciativa personal.

Cuidado con el falso optimismo

El auténtico optimista no es ingenuo ni se deja llevar por simples ilusiones. Debemos pensar y considerar detenidamente todas las posibilidades antes de tomar decisiones y actuar. Si una persona desea iniciar una actividad sin medios, recursos, conocimientos o experiencia, fracasará en sus objetivos por muy optimista que sea. Los falsos optimistas se engañan a sí mismos inventándose una realidad falsa que creen ingenuamente les propiciará una vida más fácil y cómoda. Por ejemplo el estudiante que no estudia y que por optimismo piensa que el examen será fácil y lo aprobará con los pocos conocimientos con los que cuenta. Eso no es optimismo real pues como digo, el optimista siempre actúa y persevera.

Se podría pensar que el optimismo es una actitud individual que nada tiene que ver con el resto de gente. Sin embargo, con actitud optimista tenemos mejor disposición hacia los demás: cuando conocemos a alguien esperamos una actitud positiva y abierta; en el trabajo buscamos y esperamos compañeros colaboradores e implicados en las responsabilidades; en la escuela, queremos tener profesores y alumnos dedicados. Si nuestras expectativas no se cumplen, con optimismo adoptaremos la actitud mental que nos lleva a pensar que las personas pueden cambiar, aprender y adaptarse con nuestra ayuda. El optimista reconoce el momento adecuado para dar aliento, motivar y servir a los demás.

En la amistad y en la búsqueda de pareja es fundamental ser optimistas. Algunas personas se encierran en sí mismas después de fracasos y desilusiones, como si ya no pudieran volver jamás a confiar en nadie. El optimismo supone reconocer que cada persona tiene algo bueno, con sus cualidades y aptitudes, pero también defectos, que debemos aceptar y ayudarles a superar.

Cómo ser optimista

Dicen los psicólogos que el optimismo es “la propensión a ver y valorar las cosas en su aspecto más favorable”. ¿El vaso está medio lleno o está medio vacío? El optimista suele ver lo que hay en el vaso y no lo que falta.

Y entonces, la pregunta es ¿se nace optimista o se puede aprender a serlo? El fundador de la psicología positiva Martin Seligman, afirma que hasta las personas más cínicas son capaces de aprender optimismo y mejorar sus vidas. Lo importante es remarcar que mientras el pesimista se siente impotente ante la adversidad, el optimista considera los golpes de la vida como desafíos temporales y reversibles. También la investigadora estadounidense Carol Dweck, autora del libro “Mindset” opina que el optimismo puede aprenderse. Considera que está al alcance de todos ser optimista con sólo adoptar lo que ella define como “mentalidad de cambio”: tener conciencia de que somos personas cambiantes, que crecemos cada vez que nos arriesgamos a aprender algo nuevo y que el optimismo aumenta, cuando nos damos cuenta de que somos dueños de nuestro destino. La mejor manera de fomentar el optimismo es educando a nuestros hijos con una “mentalidad de crecimiento”: aumentando su autoconfianza felicitándolos por sus esfuerzos y, reforzando positivamente sus logros.

4 pasos para ser optimista:

1. Atiende a la gente –sus cualidades y capacidades- y las circunstancias en general en sus aspectos buenos y positivos. Reconoce el esfuerzo, el interés y la dedicación de los demás.

Por ejemplo, una persona con un jefe autoritario puede pensar. “Es imposible trabajar bien con este hombre que esconde su mediocridad mediante su autoritarismo”. Sin embargo, el optimista se centrará en los aspectos positivos de su jefe, intentará entender el estrés que sufre, los problemas que tiene que superar en su trabajo, etc. Con esa mentalidad colaborará con él de la mejor manera posible. Como dijo Marta Tonetti, “Los optimistas aceptan a los demás como son, y no malgastan energías queriendo cambiarlos, sólo influyen en ellos con paciencia y tolerancia”.

2. Aporta, sugiere y busca soluciones, erradicando las críticas o las quejas. No es más optimista el que menos ha fracasado, sino quien ha sabido encontrar en la adversidad un estímulo para superarse, fortaleciendo su voluntad y empeño.

El optimista busca en los errores y equivocaciones, una experiencia positiva de aprendizaje. Todo requiere esfuerzo y el optimismo es la alegre manifestación del mismo, de esta forma, las dificultades y contrariedades dejan de ser una carga, transformándose en oportunidades para mejorar. El optimista dice “puede ser muy difícil pero es posible”. El pesimista dice: “puede ser posible, pero es muy difícil”.

3. Aprende a ser sencillo, humilde y a tener esperanza. No temas pedir ayuda a otros que saben más, tienen más experiencia y pueden ayudarte a encontrar la solución de manera más rápida o eficaz.

La persona optimista es la que espera, piensa, desea siempre lo mejor, aunque sabe aceptar cualquier situación no favorable de manera “deportiva” y en paz. Ser optimista cuando todo sale bien es sencillo, sin embargo, el triunfo personal y los éxitos fáciles pueden conducir a un optimismo falso. En cambio, el verdadero optimista cuando sufre una desgracia, estará triste, pero no desesperará. El optimista vence siempre al desaliento y al abandono.

4. Ser optimistas es actuar y ser perseverantes en la búsqueda y logro de resultados. No hagas alarde de seguridad en ti mismo tomando decisiones a la ligera; considera y prepáralo todo bien antes de actuar. El falso optimismo es la mera actitud mental que lleva a algunos a considerar que sólo pensando que las cosas irán bien, saldrán bien y por sí solas.

Ver la realidad de las cosas es algo difícil, pues la mayoría de las personas analizan las situaciones con tal carga de subjetivismo -con un enfoque tan personal- que les resulta complicado centrarse en la dificultad real. Hay otras personas más realistas que tratan de analizar los hechos con objetividad pero también les añaden su particular interpretación. Las personas optimistas van más allá de los datos reales para centrarse, primero, en las circunstancias positivas y después, en las posibilidades de mejora de la situación. Teniendo en cuenta las dificultades, aunque siempre con la actitud positiva de saber que pueden superarse. Por eso, la crítica negativa, es incompatible con el optimismo. Wiston Churchill dejó dicho: “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Pues eso.
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Y para acabar, una frase anónima que me gusta especialmente porque creo sintetiza a la perfección la esencia del optimismo:

“El optimista tiene siempre un proyecto; el pesimista, una excusa”