martes, 30 de septiembre de 2008

Ecología mental (IV)

Hemos visto hasta ahora, que nuestras actitudes mentales influyen en nuestro comportamiento y que a la vez, éste retroalimenta a aquellas. Si una persona, por ejemplo, se deja llevar con frecuencia por la ira y se comporta y actúa bajo ese patrón, su mente se verá a su vez influida de modo que tenderá a incorporar y reproducir esa actitud. La consecuencia será que la tendencia mental a expresar ira se reforzará cada vez más.

Lo mismo puede decirse respecto de las acciones que se realizan bajo la influencia de pensamientos positivos como el amor, la amistad o la generosidad. Esa actitud creará y reforzará la tendencia mental a actuar de esa manera.

La razón es sencilla: a toda causa sigue un efecto. Con nuestra actitud incorporamos reflejos condicionados, auténticas tendencias mentales negativas o positivas que determinan nuestro comportamiento.

Un ejercicio muy recomendable es la meditación. Mediante su práctica podemos reflexionar y analizar el verdadero significado de las cosas que nos pasan. A partir de ahí estaremos en mejor disposición para adaptarnos y manejarlas de la manera más positiva para nosotros.

Es muy importante mantener una actitud de agradecimiento por la vida en general. Por las oportunidades de aprendizaje, experiencia, y crecimiento que nos proporciona.

Un problema puede enfocarse de dos maneras: 1) Negativa: considerando que estamos ante una adversidad insuperable; que somos víctimas y que otros son culpables; y 2) Positiva: contemplándolo como una oportunidad para aprender y crecer.

El Evangelio apócrifo de Felipe atribuye a Jesús la siguiente frase: “Te convertirás en aquello que seas capaz de creer”. Con ello se nos dice que tenemos que concentrar nuestra atención en lo que tenemos y no en aquello que nos falta, en la carencia. Aceptemos lo bueno de la vida, eliminemos todo sentimiento de culpa e intentemos comprender y aceptar como, incluso de la adversidad podemos obtener enseñanzas. Si sólo nos centramos en la preocupación, estamos centrando nuestra atención en la adversidad, con lo cual, se debilita nuestra capacidad para luchar y superarla.

Muy por el contrario, una actitud mental positiva nos llevará a intentar comprender esa adversidad, a obtener alguna enseñanza a través de ella y a superarla.

Alguien dijo alguna vez que todo lo que nos ocurre –por adverso o difícil que nos resulte entender- sucede para que aprendamos algo y para nuestro bien. Siempre, hay algo positivo en lo que nos sucede: algo que debemos entender por doloroso e incomprensible que nos resulte.

Por tanto, hagamos lo posible por eliminar de nuestra mente los pensamientos negativos y sustituyámoslos por pensamientos de aceptación y comprensión.

3. Desarrollar una actitud mental positiva. Los buenos pensamientos hay que ejercitarlos y potenciarlos. Una manera apropiada ya hemos dicho que es la práctica de la meditación.

Con la práctica regular de la meditación iremos progresivamente alcanzando sosiego y paz. Lograremos experiencias de profundo silencio interior; de inspiración y claridad mental; conseguiremos centrarnos y evitar que el pensamiento discursivo entorpezca nuestra concentración; e incluso, tendremos experiencias que nos protegerán de algunos estímulos externos que normalmente nos afectan.

Las experiencias de absorción meditativa suelen ser muy cortas en duración pero acumulativas en el tiempo. Sus efectos son positivos y duraderos en nuestra mente. No son un fin en si mismas, ni es bueno que las pongamos como objetivo de nuestra meditación, pues probablemente si lo hacemos, nos cerraremos la posibilidad de tenerlas. Simplemente hemos de tener en cuenta que la práctica de meditación, es una herramienta para el desarrollo de estados mentales positivos.

4. Mantener los pensamientos positivos. Si prevenimos e impedimos el surgimiento de estados mentales negativos; si excluimos los pensamientos negativos que tengamos en la mente y si cultivamos estados mentales positivos, sólo nos queda mantener esos pensamientos y estados mentales positivos. Para ello debemos seguir practicando, seguir desarrollando atención y conciencia. En este ejercicio, la regularidad y la continuidad de propósito son esenciales. Es muy aconsejable practicar de una forma paciente y amable con nosotros mismos.

A continuación me referiré al concepto de “atención perfecta”. Para entender su significado empezaré diciendo lo que es la “no atención consciente”. La no atención consciente es un estado de distracción, de pobre concentración, de falta de continuidad y de propósito en la vida, de andar sin rumbo, de ausencia de verdadera individualidad. Es lo que coloquialmente se conoce como estar “alelado”. En esto lógicamente hay grados.

Una actitud de atención consciente tiene sin embargo las características opuestas: nos damos cuenta de lo que ocurre, recordamos en vez de olvidar, no hay dispersión de pensamientos, la concentración es buena, estamos centrados, hay continuidad, constancia, y somos individuos capaces de tener criterio propio, buscando mejorar cada día como personas.

Ahora examinaremos los aspectos más importantes de la atención consciente para comprender y practicarla mejor:

Atención consciente sobre las cosas. Suele ocurrir que no nos damos realmente cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor. La mayoría de las veces sólo somos vagamente conscientes de las cosas que nos rodean. Esto nos ocurre por falta de tiempo o de interés o porque creemos saber o conocer bien lo que hay ante nosotros. Con esa actitud, en realidad no estamos “mirando” de verdad el mundo. Lo único que hacemos es proyectar nuestra propia subjetividad y aferrarnos a un concepto. El concepto previo que tenemos de las cosas y que no es más que un prejuicio. Por eso, debemos aprender a mirar; aprender a ver, a ser conscientes, a ser receptivos. De ese modo entraremos en una comunicación más profunda con la vida. De ese ejercicio de atención sobre las cosas, surgirá una experiencia de vida más creativa y rica.

Atención consciente sobre uno mismo. Como seres complejos que somos, la forma más adecuada de mantener atención consciente sobre nosotros mismo es atendiendo a distintos niveles de nuestro ser.

Eso nos exigirá practicar:

a) Atención consciente sobre nuestro cuerpo.

b) Atención consciente sobre nuestros pensamientos.

c) Atención consciente sobre nuestros sentimientos.

El ejercicio de estos niveles de atención consciente sobre nosotros, constituye una herramienta muy valiosa para la transformación de nuestro ser.

Atención consciente sobre los demás. En demasiadas ocasiones, ni vemos, ni escuchamos, ni prestamos atención a los demás. Tenemos que aprender a saber mirar de verdad al otro; saber escucharle; intentar conectar con él, al menos, con los sentidos. Los demás son personas como nosotros: con sus dichas, sus tristezas, sus miserias y sus grandezas. No escuches al otro pensando que ya sabes lo que te va a decir y preparando tu respuesta. Observa tu propio cuerpo cuando estés hablando con alguien. Nota si hay apertura y confianza hacia él o por el contrario, estás cerrado y bloqueando la comunicación entre vosotros. El lenguaje no verbal dice muchas cosas de ti y de los demás.

Atención consciente sobre la realidad. Cuando hablamos de realidad solemos referirnos a las cosas materiales, a la vida ordinaria. Las cosas de este mundo nos parecen muy reales. Sin embargo, todo esto que nos parece tan real es, en si mismo, ilusorio. Los herméticos sostienen que la realidad es una construcción mental. El mundo es lo que nosotros creemos que es a través de nuestra mente. La realidad la creamos a través de nuestros pensamientos. En realidad vemos lo que creemos. De esa manera, la realidad, con nuestra consciencia y con la actitud que tengamos respecto de ella, es sólo un producto propio. Cuanto mayor sea nuestra sabiduría y nuestra compasión, mejor será esa realidad y en definitiva, nuestra vida.

Practicando atención consciente sobre la realidad, nos liberamos de los prejuicios, de la subjetividad y superamos la individualidad.

El hombre debe tomar cada día más consciencia de la necesidad de superar su egoísmo individual. Honrar y respetar a los demás, implica honrarnos y respetarnos a nosotros mismos y, de esa manera, a la vida en general.

Todos somos Uno: todos participamos y compartimos la misma energía vital. Debemos ser conscientes de que estamos unidos en un único flujo de energía universal.

Por ello, la atención sobre uno mismo, purifica nuestra energía física y psíquica. La atención sobre los demás nos ayuda a entenderles y comprenderles. La atención sobre la realidad, nos ayuda a adaptarnos y aceptar lo que nos sucede.

Practicando la atención consciente, contribuimos a mantener buenos hábitos de higiene mental y a generar pensamientos positivos que hacen nuestra vida más positiva y feliz.
-
El emperador Marco Aurelio decía hace más de 2.000 años:
-
"La felicidad en la vida depende de la calidad de tus pensamientos"


sábado, 27 de septiembre de 2008

Ecología mental (III)

Analizaremos a continuación cómo prevenir la aparición de pensamientos negativos saboteadores de nuestro bienestar mental.

- Con respecto al deseo. Es evidente que todos deseamos cosas y que es humano que así sea. Es un proceso que forma parte de la esencia de la humanidad. Sin deseos, la vida no tendría sentido, ni quizá, razón de ser. Posiblemente no hubiera podido surgir. Desear es positivo en tanto nos motiva a vivir y esforzarnos por aquello que buscamos alcanzar. Sin embargo, como todo, en exceso, es perjudicial. Siempre deseamos lo que no tenemos. Es la esencia del deseo. Nuestra sociedad está enferma de un exceso de deseo, de consumismo. Todos queremos más. Todos deseamos más y a mayor velocidad. Es una carrera sin fin y cada vez más perversa. A nuestros niños se les inculca inconscientemente el afán por tener y poseer, en ocasiones casi de una manera mágica. Porque sí. Si los demás lo tienen, por qué voy a ser yo menos. No me rindo a no obtenerlo. La cultura del esfuerzo, aquella por la que recibían más los que más trabajaban por ello ha sido sustituida por la cultura de la satisfacción y del todo vale, todos tenemos derecho y además, lo antes posible. “Quiero eso aquí y ahora”. Lógicamente el comprobar que eso no funciona la mayor parte de las veces, genera -en aquellos que no tienen una idea clara de cómo funciona el mundo- una sensación de frustración en muchos casos insoportable. La frustración a su vez provoca un efecto muelle o rebote: se busca denodadamente satisfacer otros deseos alternativos como sea. La forma de pensar adecuada es aquella que nos lleve a saber que no siempre se obtiene todo lo que se desea. Que casi siempre se consigue lo que deseamos dedicando esfuerzo y trabajo y que otras veces, ni tan siquiera luchando, se alcanzan. Que lo realmente valioso por lo general requiere de esfuerzo y que hay que saber aceptar que no siempre se puede conseguir todo.

Por eso, desear es algo humano y positivo. Sin embargo, desear en exceso y sin un planteamiento realista nos genera frustración y dolor. Hay que saber aceptar lo que la vida nos da y como nos lo da. Un adagio clásico nos dice: “lo que resistes persiste y lo que aceptas se transforma”. ¿Por qué no probar a desear menos? ¿Por qué no ser conscientes con base en nuestra experiencia de hechos pasados, que hay deseos que no se alcanzan? ¿Por qué no aceptar que tras un tiempo suficiente de intentos hay que saber decir basta y olvidarse? Pero, ¿cuál es el límite? ¿hasta dónde debo perseguir mi deseo? ¿cuándo ya no tiene sentido continuar luchando?. La respuesta es clara: cuando lleguemos a la conclusión de que hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Cuando hemos realizado el máximo de nuestras posibilidades con arreglo a las circunstancias. Ese es el momento de decir basta. Aceptar que aquello no era para nosotros. Pensar que hay otras cosas en la vida y que surgirán otras oportunidades.

- Con respecto al odio. Explicaré esta actitud o emoción como arquetípica y superior, pues lo que diga sobre ella puede aplicarse a estados de menor entidad como la rabia, la ira o los enfados. Diré que por experiencia personal creo que no existe un sentimiento o una emoción más inútil y baldía que el odio. No conduce a nada. No reporta nada positivo. No tiene ningún efecto beneficioso para nadie: ni para el odiado ni para el que siente ese odio. En cualquier caso diría que los efectos más negativos son para el que lo padece. Nunca mejor dicho: el que sufre o padece ese sentimiento. Muchas veces la persona objeto de nuestro odio es ajena a nuestro sentimiento. Ni se entera. Sólo nosotros padecemos sus efectos. Por tanto, mientras nos recreamos en él, sólo a nosotros nos afecta. El odio como alguien dijo una vez es un mal estratega. Con odio es imposible hacer nada bueno, positivo o que tenga valor. El remedio es el perdón y el olvido. Mirar hacia delante y dejar de focalizar o centrar la atención hacia esa circunstancia, persona o cosa que sabemos que despierta en nosotros ese sentimiento en ocasiones irreprimible y dolorosísimo. Enfadarse es el síntoma de un deseo frustrado de control. Pero ¿es realmente tan necesario controlarlo todo o a los demás?. Nos enfadamos cuando alguien no actúa como queremos; cuando otros nos dicen su verdad y nos hacen ver que no somos perfectos; cuando la vida nos obliga a aprender lecciones de manera dura. Es evidente que hay situaciones que nos producen irritación, enfado y malestar. Es inevitable que como personas con sentimientos nos veamos afectados por ellas. Pero cosa distinta es el recrearse o instalarse en esa situación que reforzará esa emoción en nosotros. Esa actitud nos conducirá inevitablemente a un estado de ánimo negativo en el que los pensamientos destructivos se retroalimentarán así mismos. Como dicen los budistas, no hay que reprimir esas emociones- entre otras razones porque no son anulables- sin embargo, si queremos evitar el sufrimiento que destilan debemos hacer lo posible por evitar que se apoderen de nosotros. Debemos dejarlas pasar. ¿Y cómo se hace eso? De dos maneras: 1) Siendo conscientes de que le suceden a todo el mundo y que no somos peores que los demás por el hecho de que las sintamos y, 2) Experimentando como nos sentimos cuando las tenemos y siendo conscientes que si nos recreamos nos atraparán y será mucho peor.
Todo el mundo sabe que los enfados acaban. Lo único que varía es que a algunos les duran 1 hora y a otros, toda una vida. ¿Cuál es la diferencia? Aquél al que le duran 1 hora se ha ahorrado una vida menos 1 hora de sufrimiento y malestar. Al que le duran una vida, ha perdido una parte muy importante de ella de forma baldía. Y además, con la tristeza de que el único responsable de ese resultado es él mismo. Por tanto como acertadamente dijo Steendhal, “Intenta no ocupar tu vida en odiar y tener miedo”.

- Con respecto a la ansiedad. Todos experimentamos estados de agitación o inquietud de ánimo. Esta es la causa de muchas enfermedades, en particular la de ciertas neurosis. Posiblemente los ansiolíticos son los fármacos más recetados en las consultas de los médicos de cabecera. Y la pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué siento esta inquietud? ¿A qué le temo? ¿Qué es lo que me provoca esta angustia vital? La respuesta puede ser variadísima en cuanto a sus causas. Sin embargo todas ellas tienen una base común. Se llama MIEDO. Miedo a muchas cosas. Algunas muy concretas y otras, indefinidas, pero miedo al fin y al cabo. Miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Miedo al qué dirán o pensarán los demás. Miedo a no ser buen padre, buen hijo, buen esposo, buen amante, buen empleado, buen ciudadano, buen compañero, buen trabajador. Y todo por qué. ¿Por qué ese miedo? Por una razón fundamental: porque todos deseamos ser amados. Todos necesitamos reconocimiento, apoyo, sentir que importamos a los demás. El AMOR como anverso de la moneda. Amor frente a Miedo. Donde no hay Amor, hay Miedo. Muchas veces nos falta el más importante de los amores: el amor a nosotros mismos: la falta de autoestima propia. Si no nos queremos a nosotros mismos ¿cómo es posible que podamos dar a otros lo que somos incapaces de darnos a nosotros mismos? Esa es una primera reflexión que debemos realizar. Ser conscientes de que nadie puede dar lo que no tiene. Además, en nuestra sociedad occidental la ansiedad se ve potenciada por la competitividad. La competitividad está íntimamente vinculada con la productividad. La productividad es la obtención del más óptimo resultado al menor coste posible de tiempo y recursos. La estructura productiva de la sociedad industrializada nos ha instalado en esa dinámica. Hemos incorporado esa forma de actuar a nuestra vida cotidiana en muchos aspectos y el objetivo es uno: ser el mejor. Quienes no creen serlo caen en el desánimo en el mejor de los casos y en la depresión en el peor. El precio suele ser un estado de continuada y latente inquietud y desasosiego. El remedio es pararse a pensar que todos no somos iguales. Todos no podemos ser los mejores siempre en todo y en cualquier circunstancia. Ser conscientes de nuestras capacidades, pero de manera más importante, de nuestras limitaciones. Hacer y cumplir con nuestros cometidos y responsabilidades de la mejor manera posible según las circunstancias. Y especialmente ser conscientes de que nunca vamos a obtener el 100 % de la aprobación de nuestros actos por los demás. ¡Jamás! A todo lo más que podemos aspirar es a cosechar que un 50% estén de acuerdo con nosotros. Por tanto, ser conscientes de que para una parte importante -más de la mitad- no estaremos actuando adecuadamente a su juicio. Pero ese será su problema, no el nuestro. No debemos permitir generarnos ansiedad por lo que piensen otros de nosotros. Debemos pensar positivamente en la gente que sí está de acuerdo y que nos apoya y reconoce.

- Con respecto a la pereza. ¿Quién no ha sentido pereza en alguna ocasión? Es absolutamente normal que todos de una u otra manera la hayamos experimentado. Es hasta natural y necesaria. Es la manera que tiene el cuerpo de decirnos que debemos bajar el ritmo que le estamos imponiendo. Pueden existir causas fisiológicas que deben ser objeto de tratamiento para intentar ser remediadas. Sin embargo, no estoy hablando de esa pereza sino de la que se identifica con actitudes de negación, pasotismo o derrotismo: no hago nada porque no vale la pena nada de lo que haga. La actitud mental de pereza absoluta sólo conduce a un destino seguro: la depresión como negación de uno mismo. Cuando la negación es total, el individuo puede incluso llegar a decidir poner fin a su vida.
Hay que ser conscientes de que existen grados de pereza o letargo y que a todos nos afectan. También, que nada positivo puede obtenerse de un estado continuo de inactividad. Al contrario, cuando supera un determinado periodo de tiempo el fenómeno se retroalimenta y se apodera de la persona que mantiene ese estado mental. Cuando menos hace, menos quiere hacer. Es la negación como individuo.

- Con respecto a la indecisión. Por ella entendemos falta de resolución o capacidad para enfrentarse a la vida y sus dificultades. Una vez más esa actitud tiene como base el MIEDO al que me refería cuando hablaba de la ansiedad como saboteador. Como dijo Ortega y Gasset, “la vida es una acción que se ejercita hacia delante”. Por tanto, no puedes permitirte permanecer en la indecisión pues quien no decide y actúa, no vive. La vida no espera a nadie. Quizá por ello alguien dijo: “La vida no tiene garantía. Si le pides garantía a la vida, entonces es que no quieres vivir”. Efectivamente no hay frase que mejor exprese la esencia de lo que es una actitud contraria a la indecisión o la duda. Si dudas porque tienes miedo a equivocarte, no actuarás y entonces, la única certeza es que estarás en el mismo sitio. Es preferible actuar y no obtener lo que deseas, que llegar a la conclusión de que te equivocaste por no actuar. La actitud mental positiva es aquella que nos lleva a pensar que todos nos equivocamos y que vivir, es también asumir las consecuencias de nuestros errores. Vivir es una actividad de cierto riesgo, pero, es que nadie dijo que vivir fuera fácil o tuviera garantía. El ejercicio de vivir lleva implícito el decidir, actuar y asumir riesgos. El que no decide puede que no se equivoque, pero tampoco vive porque vivir es arriesgar y no esperar que la vida nos de traiga las cosas porque sí. Para acabar otra cita, en esta ocasión del pensador Séneca: “El mayor impedimento para vivir es la espera porque muchos, dependiendo del mañana, se pierden el hoy”.
Pues eso.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Ecología mental (II)

El primer paso para poder solucionar una dificultad, una limitación o un problema es ser consciente de que se tiene. Nadie podrá jamás trabajar para mejorar partiendo de la idea de que no hay nada que solucionar o hacer. Por ese motivo, el proceso de ejercitar bien la mente para tener buenos pensamientos y practicar una adecuada ecología mental pasa por hacer un examen de nuestros hábitos mentales. Ya hemos visto cuáles son los saboteadores de la felicidad. Por tanto, el proceso es hasta cierto punto sencillo. Podemos empezar por preguntarnos ¿Estoy deseando más cosas de las que puedo alcanzar? ¿Estoy teniendo un planteamiento realista respecto de la posibilidad de alcanzar y obtener tal o cual cosa? ¿Por qué siento esta rabia u odio hacia esta situación? ¿Qué obtengo de este estado? ¿Por qué soy tan inconformista e impaciente? ¿Puedo hacer algo más de lo que hago en algún ámbito de mi vida? ¿Por qué dudo tanto? ¿A qué le tengo realmente miedo?

Todas estas preguntas y, especialmente las respuestas que seamos capaces de darnos sinceramente a nosotros mismos, constituyen el comienzo del camino. Sin embargo, no es fácil. Podemos formularnos muy bien todo tipo de preguntas, llegar incluso a darnos las respuestas más sinceras y sin embargo, sentir que nada ha cambiado. No tiene por qué ser así. Pensar positivamente es un proceso que requiere como todo, hábito y práctica. Ser conscientes y ser capaces de formularnos esas cuestiones es ya de por sí un paso muy importante. A través de ellas obtendremos alguna conclusión, alguna guía por la que emprender el camino que nos lleva a una mejora en nuestro estado.


Al principio esto puede parecernos todo un esfuerzo para el que no estamos preparados. Como cuando empezamos a hacer ejercicio físico. Al poco de practicarlo y pese a las incomodidades iniciales, comprobamos que estamos mejorando lo que nos anima a continuar. De hecho hablar de esfuerzo es ya un pensamiento negativo que relacionamos con un tipo de actitud ingrata que hemos de adoptar para poder hacer aquello que no queremos. Esta asociación y otras similares nos llevan a tener una relación desagradable con el esfuerzo. Por ese motivo, no hablaré de esfuerzo sino de actitud mental positiva que tiene 4 pasos:

1. Prevenir
2. Erradicar
3. Desarrollar
4. Mantener

1. Prevenir los malos pensamientos: Como su nombre indica es anticiparse, evitar o impedir esos estamos mentales provocados por pensamientos negativos. Si sabemos que una determinada manera de pensar-sentir-actuar nos conduce inevitablemente a un estado de ánimo, por qué dejarnos arrastrar por ella. ¿Cuántas veces repetimos nuestros patrones de comportamiento siendo sabedores del resultado? Muchas. La objeción está en que no somos capaces de sustraernos a esa forma de pensar donde predomina el deseo egoísta, el odio, los enfados, la confusión, el aturdimiento o la ignorancia. Lo primero de lo que tenemos que ser conscientes es de que todo el tiempo estamos en contacto con las cosas, los otros y la vida; y ese contacto lo establecemos a través de los sentidos. Vemos algo agradable y lo deseamos, o vemos algo que nos incomoda y nos enfadamos. El recuerdo de cosas del pasado nos puede poner tristes o iracundos. Vemos, oímos, sentimos a través de la piel, gustamos, olemos, pensamos y antes de que nos demos cuenta, podemos estar enredados en miedos, enfados y deseos irracionales. Por tanto, para prevenir debemos estar alerta a lo que nos rodea y cómo reaccionamos a ello: cómo nos sentimos. Las emociones no son más que testigos que nos avisan del estado de nuestra alma. Si sentimos una emoción negativa por un hecho del que podemos prescindir debemos hacer lo posible por no vernos envueltos en la misma. Un ejemplo lo tenemos en las noticias escabrosas o trágicas. Hay personas que necesitan su dosis diaria de dolor, muerte o sufrimiento porque su vida es eso y necesitan identificarse con esos estados para no sentirse solos. Como otros también sufren y padecen, ellos se sienten reconfortados al comprobar que no son los únicos. Otras personas sin embargo, ni ven los informativos porque el 75 % de las noticias son negativas y catastrofistas. En el plano físico es como si alguien a quien le sienta mal el alcohol lo toma porque con él alivia pasajeramente su dolor. Sin embargo, después las consecuencias le llevan a un estado peor del que partía. Por ello, hemos de ejercitar nuestra atención consciente en relación con lo que nos dicen nuestras emociones y hacia donde nos llevan los pensamientos. Tenemos que darnos cuenta de lo que vemos, oímos, pensamos etc. y el efecto que eso tiene en nuestros estados mentales. Hemos de intentar darnos cuenta antes de que estos estados estén ya instalados en nosotros. Si nos atrapan la prevención será la primera barrera superada por los pensamientos negativos en su asalto letal contra nosotros. Evitar entrar en esos terrenos pantanosos que nos van a embarrar hasta las rodillas. Por ejemplo ¿por qué recordar aquél hecho doloroso y nefasto si ya hace mucho tiempo que ocurrió?


2. Erradicar los malos pensamientos: Una vez instalados esos pensamientos debemos intentar combatirlos de la manera más eficaz posible. Es decir, lograr erradicarlos y expulsarlos de nuestra mente con la mayor rapidez posible y al menor coste. Para ello daré algunas ideas respecto de cada uno de los saboteadores de la felicidad mencionados.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Ecología mental (I)

Resulta curioso que todos, en mayor o menor intensidad, dedicamos tiempo a cuidar nuestro aspecto físico. El peso corporal, la vestimenta, el corte de cabello, el maquillaje, las uñas, etc. Hasta la forma de expresarnos, nos preocupa. En definitiva, preservamos nuestro físico y su proyección exterior porque la sociedad valora enormemente la imagen. Culto al cuerpo lo llaman algunos. Sin embargo, qué hacemos para cuidar y preservar otra parte importantísima de nosotros: nuestra mente. ¿Dedicamos tanta atención a esa parte de nuestro Yo? La respuesta parece evidente: no lo hacemos y la prueba es que en las avanzadas sociedades occidentales son cada vez más frecuentes los trastornos y las enfermedades mentales.

Pensar, es una actividad humana consustancial a la vida. Nuestro pensamiento está siempre activo. Incluso cuando dormimos tienen lugar importantes procesos mentales. La actividad cerebral no cesa jamás mientras estamos vivos. Por eso, para vivir bien, tenemos que aprender a pensar de manera adecuada. Es necesario cuidar nuestra mente igual que nuestro cuerpo. Ambos están conectados y se influyen mutuamente. Por qué entonces no aprender a pensar. Pensar bien, en definitiva, para sentirnos más a gusto. Para ser más felices.

¿En qué consiste pensar bien? ¿De qué depende? ¿Podemos desarrollar hábitos o pautas para pensar adecuadamente? Para ello, debemos partir de una base a través de la cual entenderemos mejor la importancia del fenómeno. Somos lo que pensamos. Dime cómo son tus pensamientos y te diré como son tus creencias y en definitiva, como es tu vida. El mundo es como tú lo ves. Y lo ves a través de tus ojos, pero lo procesas con tu cerebro. O sea, con tu mente. El mundo es lo que tú piensas que es. Si tus pensamientos tienen calidad, tu vida estará en consonancia. Si tus pensamientos son negativos, tu vida estará enormemente devaluada.

Las personas en nuestra forma de vivir y relacionarnos con el mundo somos entes complejos. Influyen en nuestra forma de pensar, actuar y comportarnos multitud de factores: genéticos, físicos, educacionales, familiares, sociales, laborales, etc. Sin embargo, al margen de esas influencias, nosotros tenemos una herramienta poderosísima a través de la cual procesamos y conducimos nuestra vida: la mente y su producto final: los pensamientos.

Es evidente que se trata de un producto que todo el mundo fabrica. Hay quien lo realiza mejor y quien lo hace peor. Quien tiene una productividad excelente en cuanto a calidad y quienes la tienen paupérrima. Es por tanto un proceso que al margen de influencias, se puede mejorar sabiendo cómo hacerlo. La prueba evidente es que hay personas con factores a priori excelentes –por ejemplo han gozado de una buena educación y de un entorno social y familiar positivo- y sin embargo, son incapaces de producir pensamientos adecuados para ser felices. Y a la inversa, personas con orígenes o situaciones vitales complicadas que, sin embargo, son felices porque utilizan adecuadamente la mente.

A continuación vamos a analizar las actitudes vitales que influyen y contaminan un adecuado proceso de pensamiento. Cualquier cosa que nos impide tener una mente lúcida, serena y que interfiere en el proceso mental de generar pensamientos positivos está relacionada con alguno de los siguientes obstáculos: el deseo; el odio o rechazo; la ansiedad o desasosiego; la pereza o letargo y la duda o indecisión.

- El obstáculo del deseo: Con frecuencia queremos mas cosas de las que realmente necesitamos. Las queremos porque los demás las tienen; por no ser menos o simplemente porque no poseerlas nos hace creer que somos menos. Algunos incluso creen que poseyendo lograrán paliar carencias emocionales. En realidad no lo consiguen pues la sensación se acrecienta. Actuando de esa manera el deseo se vuelve un tanto neurótico. Es como una carrera: cuanto más tenemos más queremos y más necesitamos. Las necesidades, del tipo que sean, pasan de ser algo adecuado para vivir y funcionar en el mundo, a ser un obstáculo para nuestro desarrollo. Al final si fuéramos capaces de verlo nos daríamos cuenta que para vivir y ser felices podríamos prescindir de más de la mitad de las cosas que poseemos.

- El obstáculo del odio o rechazo: A nadie le gusta aceptar que sentimos odio o rechazo. Sin embargo, son emociones humanas. Todos de una u otra manera hemos sentido alguna vez enfado, disgusto, agresividad. Hemos actuado con indignación o hemos reaccionado violentamente. Unos son fríos y otros son más vehementes o emocionales. Es lo mismo. El hecho de decir las cosas en voz baja y con “buena educación” no significa que sean comportamientos que nos hagan sentir mejor. Lo importante es ser consciente de que no podemos reprimir esas emociones sino que debemos ser capaces de manejarlas y no dejarnos arrastrar por ellas. Reconocerlas y dominarlas. Darles salida. No ser consciente de ello nos causará mucho malestar y pensamientos negativos que se retroalimentan a sí mismos.

- El obstáculo de la ansiedad o desasosiego: Parece que lo que queremos o deseamos, siempre, está en otro sitio, en otro instante, nunca en el momento en que lo queremos. La ansiedad a veces la disfrazamos de eficacia: “tengo que hacer esto para mañana”. Cuando estamos trabajando pensamos en las vacaciones. Cuando estamos descansando, la ansiedad y la responsabilidad en demasía nos hacen pensar en nuestras obligaciones y en el trabajo. Si no tienes pareja quieres una; si la tienes, piensas que mejor estarías solo o con aquella novia que tuviste…. Somos inconformistas. Nuestro modelo mental de pensamiento funciona con una componente de inconformismo. El inconformismo no es en sí mismo negativo. Sin embargo vivimos en la sociedad de la inmediatez. Todo ya. Eso nos conduce a la impaciencia. Impaciencia + Inconformismo = Ansiedad.

- El obstáculo de la pereza o letargo: Este obstáculo puede tener que ver con bloqueos emocionales o de energía que nos impiden actuar. Esto puede ser motivado por una cuestión física. La interconexión entre lo físico y lo mental es poderosísima. Mejorando cualquiera de ambas facetas la otra se alineará de manera correlativa. En muchas ocasiones sentimos que nada nos importa. Es una actitud mental de rigidez y estancamiento; de desanimo y de desilusión. Los pensamientos de inactividad, generan postración.

- El obstáculo de la duda o indecisión: Estamos hablando de la duda corrosiva que nos incapacita, nos bloquea y mata nuestra iniciativa. No es la duda sana que nos impulsa a investigar, preguntar y aclarar ideas. Esta última es positiva y nos ayuda a avanzar y progresar. La duda paralizante se vincula a pensamientos de falta de confianza; pensamientos de indecisión; pensamientos de miedo al compromiso.

Estos, son los pensamientos o estados mentales inadecuados que en mayor o menor medida están presentes en nuestra mente y que hemos de aprender a erradicar. Sólo suprimiéndolos podremos erradicar las causas que nos impiden vivir con mayor plenitud. Algunos los llaman saboteadores de la felicidad. Para ello existen los antídotos y los expondré en la segunda parte.

En el comienzo, una frase


Somos lo que creemos ser, porque así lo pensamos.