sábado, 27 de septiembre de 2008

Ecología mental (III)

Analizaremos a continuación cómo prevenir la aparición de pensamientos negativos saboteadores de nuestro bienestar mental.

- Con respecto al deseo. Es evidente que todos deseamos cosas y que es humano que así sea. Es un proceso que forma parte de la esencia de la humanidad. Sin deseos, la vida no tendría sentido, ni quizá, razón de ser. Posiblemente no hubiera podido surgir. Desear es positivo en tanto nos motiva a vivir y esforzarnos por aquello que buscamos alcanzar. Sin embargo, como todo, en exceso, es perjudicial. Siempre deseamos lo que no tenemos. Es la esencia del deseo. Nuestra sociedad está enferma de un exceso de deseo, de consumismo. Todos queremos más. Todos deseamos más y a mayor velocidad. Es una carrera sin fin y cada vez más perversa. A nuestros niños se les inculca inconscientemente el afán por tener y poseer, en ocasiones casi de una manera mágica. Porque sí. Si los demás lo tienen, por qué voy a ser yo menos. No me rindo a no obtenerlo. La cultura del esfuerzo, aquella por la que recibían más los que más trabajaban por ello ha sido sustituida por la cultura de la satisfacción y del todo vale, todos tenemos derecho y además, lo antes posible. “Quiero eso aquí y ahora”. Lógicamente el comprobar que eso no funciona la mayor parte de las veces, genera -en aquellos que no tienen una idea clara de cómo funciona el mundo- una sensación de frustración en muchos casos insoportable. La frustración a su vez provoca un efecto muelle o rebote: se busca denodadamente satisfacer otros deseos alternativos como sea. La forma de pensar adecuada es aquella que nos lleve a saber que no siempre se obtiene todo lo que se desea. Que casi siempre se consigue lo que deseamos dedicando esfuerzo y trabajo y que otras veces, ni tan siquiera luchando, se alcanzan. Que lo realmente valioso por lo general requiere de esfuerzo y que hay que saber aceptar que no siempre se puede conseguir todo.

Por eso, desear es algo humano y positivo. Sin embargo, desear en exceso y sin un planteamiento realista nos genera frustración y dolor. Hay que saber aceptar lo que la vida nos da y como nos lo da. Un adagio clásico nos dice: “lo que resistes persiste y lo que aceptas se transforma”. ¿Por qué no probar a desear menos? ¿Por qué no ser conscientes con base en nuestra experiencia de hechos pasados, que hay deseos que no se alcanzan? ¿Por qué no aceptar que tras un tiempo suficiente de intentos hay que saber decir basta y olvidarse? Pero, ¿cuál es el límite? ¿hasta dónde debo perseguir mi deseo? ¿cuándo ya no tiene sentido continuar luchando?. La respuesta es clara: cuando lleguemos a la conclusión de que hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Cuando hemos realizado el máximo de nuestras posibilidades con arreglo a las circunstancias. Ese es el momento de decir basta. Aceptar que aquello no era para nosotros. Pensar que hay otras cosas en la vida y que surgirán otras oportunidades.

- Con respecto al odio. Explicaré esta actitud o emoción como arquetípica y superior, pues lo que diga sobre ella puede aplicarse a estados de menor entidad como la rabia, la ira o los enfados. Diré que por experiencia personal creo que no existe un sentimiento o una emoción más inútil y baldía que el odio. No conduce a nada. No reporta nada positivo. No tiene ningún efecto beneficioso para nadie: ni para el odiado ni para el que siente ese odio. En cualquier caso diría que los efectos más negativos son para el que lo padece. Nunca mejor dicho: el que sufre o padece ese sentimiento. Muchas veces la persona objeto de nuestro odio es ajena a nuestro sentimiento. Ni se entera. Sólo nosotros padecemos sus efectos. Por tanto, mientras nos recreamos en él, sólo a nosotros nos afecta. El odio como alguien dijo una vez es un mal estratega. Con odio es imposible hacer nada bueno, positivo o que tenga valor. El remedio es el perdón y el olvido. Mirar hacia delante y dejar de focalizar o centrar la atención hacia esa circunstancia, persona o cosa que sabemos que despierta en nosotros ese sentimiento en ocasiones irreprimible y dolorosísimo. Enfadarse es el síntoma de un deseo frustrado de control. Pero ¿es realmente tan necesario controlarlo todo o a los demás?. Nos enfadamos cuando alguien no actúa como queremos; cuando otros nos dicen su verdad y nos hacen ver que no somos perfectos; cuando la vida nos obliga a aprender lecciones de manera dura. Es evidente que hay situaciones que nos producen irritación, enfado y malestar. Es inevitable que como personas con sentimientos nos veamos afectados por ellas. Pero cosa distinta es el recrearse o instalarse en esa situación que reforzará esa emoción en nosotros. Esa actitud nos conducirá inevitablemente a un estado de ánimo negativo en el que los pensamientos destructivos se retroalimentarán así mismos. Como dicen los budistas, no hay que reprimir esas emociones- entre otras razones porque no son anulables- sin embargo, si queremos evitar el sufrimiento que destilan debemos hacer lo posible por evitar que se apoderen de nosotros. Debemos dejarlas pasar. ¿Y cómo se hace eso? De dos maneras: 1) Siendo conscientes de que le suceden a todo el mundo y que no somos peores que los demás por el hecho de que las sintamos y, 2) Experimentando como nos sentimos cuando las tenemos y siendo conscientes que si nos recreamos nos atraparán y será mucho peor.
Todo el mundo sabe que los enfados acaban. Lo único que varía es que a algunos les duran 1 hora y a otros, toda una vida. ¿Cuál es la diferencia? Aquél al que le duran 1 hora se ha ahorrado una vida menos 1 hora de sufrimiento y malestar. Al que le duran una vida, ha perdido una parte muy importante de ella de forma baldía. Y además, con la tristeza de que el único responsable de ese resultado es él mismo. Por tanto como acertadamente dijo Steendhal, “Intenta no ocupar tu vida en odiar y tener miedo”.

- Con respecto a la ansiedad. Todos experimentamos estados de agitación o inquietud de ánimo. Esta es la causa de muchas enfermedades, en particular la de ciertas neurosis. Posiblemente los ansiolíticos son los fármacos más recetados en las consultas de los médicos de cabecera. Y la pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué siento esta inquietud? ¿A qué le temo? ¿Qué es lo que me provoca esta angustia vital? La respuesta puede ser variadísima en cuanto a sus causas. Sin embargo todas ellas tienen una base común. Se llama MIEDO. Miedo a muchas cosas. Algunas muy concretas y otras, indefinidas, pero miedo al fin y al cabo. Miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Miedo al qué dirán o pensarán los demás. Miedo a no ser buen padre, buen hijo, buen esposo, buen amante, buen empleado, buen ciudadano, buen compañero, buen trabajador. Y todo por qué. ¿Por qué ese miedo? Por una razón fundamental: porque todos deseamos ser amados. Todos necesitamos reconocimiento, apoyo, sentir que importamos a los demás. El AMOR como anverso de la moneda. Amor frente a Miedo. Donde no hay Amor, hay Miedo. Muchas veces nos falta el más importante de los amores: el amor a nosotros mismos: la falta de autoestima propia. Si no nos queremos a nosotros mismos ¿cómo es posible que podamos dar a otros lo que somos incapaces de darnos a nosotros mismos? Esa es una primera reflexión que debemos realizar. Ser conscientes de que nadie puede dar lo que no tiene. Además, en nuestra sociedad occidental la ansiedad se ve potenciada por la competitividad. La competitividad está íntimamente vinculada con la productividad. La productividad es la obtención del más óptimo resultado al menor coste posible de tiempo y recursos. La estructura productiva de la sociedad industrializada nos ha instalado en esa dinámica. Hemos incorporado esa forma de actuar a nuestra vida cotidiana en muchos aspectos y el objetivo es uno: ser el mejor. Quienes no creen serlo caen en el desánimo en el mejor de los casos y en la depresión en el peor. El precio suele ser un estado de continuada y latente inquietud y desasosiego. El remedio es pararse a pensar que todos no somos iguales. Todos no podemos ser los mejores siempre en todo y en cualquier circunstancia. Ser conscientes de nuestras capacidades, pero de manera más importante, de nuestras limitaciones. Hacer y cumplir con nuestros cometidos y responsabilidades de la mejor manera posible según las circunstancias. Y especialmente ser conscientes de que nunca vamos a obtener el 100 % de la aprobación de nuestros actos por los demás. ¡Jamás! A todo lo más que podemos aspirar es a cosechar que un 50% estén de acuerdo con nosotros. Por tanto, ser conscientes de que para una parte importante -más de la mitad- no estaremos actuando adecuadamente a su juicio. Pero ese será su problema, no el nuestro. No debemos permitir generarnos ansiedad por lo que piensen otros de nosotros. Debemos pensar positivamente en la gente que sí está de acuerdo y que nos apoya y reconoce.

- Con respecto a la pereza. ¿Quién no ha sentido pereza en alguna ocasión? Es absolutamente normal que todos de una u otra manera la hayamos experimentado. Es hasta natural y necesaria. Es la manera que tiene el cuerpo de decirnos que debemos bajar el ritmo que le estamos imponiendo. Pueden existir causas fisiológicas que deben ser objeto de tratamiento para intentar ser remediadas. Sin embargo, no estoy hablando de esa pereza sino de la que se identifica con actitudes de negación, pasotismo o derrotismo: no hago nada porque no vale la pena nada de lo que haga. La actitud mental de pereza absoluta sólo conduce a un destino seguro: la depresión como negación de uno mismo. Cuando la negación es total, el individuo puede incluso llegar a decidir poner fin a su vida.
Hay que ser conscientes de que existen grados de pereza o letargo y que a todos nos afectan. También, que nada positivo puede obtenerse de un estado continuo de inactividad. Al contrario, cuando supera un determinado periodo de tiempo el fenómeno se retroalimenta y se apodera de la persona que mantiene ese estado mental. Cuando menos hace, menos quiere hacer. Es la negación como individuo.

- Con respecto a la indecisión. Por ella entendemos falta de resolución o capacidad para enfrentarse a la vida y sus dificultades. Una vez más esa actitud tiene como base el MIEDO al que me refería cuando hablaba de la ansiedad como saboteador. Como dijo Ortega y Gasset, “la vida es una acción que se ejercita hacia delante”. Por tanto, no puedes permitirte permanecer en la indecisión pues quien no decide y actúa, no vive. La vida no espera a nadie. Quizá por ello alguien dijo: “La vida no tiene garantía. Si le pides garantía a la vida, entonces es que no quieres vivir”. Efectivamente no hay frase que mejor exprese la esencia de lo que es una actitud contraria a la indecisión o la duda. Si dudas porque tienes miedo a equivocarte, no actuarás y entonces, la única certeza es que estarás en el mismo sitio. Es preferible actuar y no obtener lo que deseas, que llegar a la conclusión de que te equivocaste por no actuar. La actitud mental positiva es aquella que nos lleva a pensar que todos nos equivocamos y que vivir, es también asumir las consecuencias de nuestros errores. Vivir es una actividad de cierto riesgo, pero, es que nadie dijo que vivir fuera fácil o tuviera garantía. El ejercicio de vivir lleva implícito el decidir, actuar y asumir riesgos. El que no decide puede que no se equivoque, pero tampoco vive porque vivir es arriesgar y no esperar que la vida nos de traiga las cosas porque sí. Para acabar otra cita, en esta ocasión del pensador Séneca: “El mayor impedimento para vivir es la espera porque muchos, dependiendo del mañana, se pierden el hoy”.
Pues eso.

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