sábado, 31 de octubre de 2009

Reciprocidad

La palabra reciprocidad deriva del adjetivo latino "reciprocus", empleado por los romanos para calificar aquello que va y viene; y del verbo "reciprocare", con el que expresaban la acción de mover algo hacia delante y hacia atrás; ir y venir. Por tanto, podemos definir a la reciprocidad como la correspondencia mutua entre personas que se manifiesta en un dar y recibir continuado entre ellas.
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La reciprocidad no es más que un valor por el cual nos comportamos hacia los demás de la manera en que nos gustaría ser tratados. Es la denominada ética de la reciprocidad: trata a los demás –a todos y no sólo a aquellos que participen de tu forma de ser o de vivir- como te gustaría ser tratado. Esto es, con la consideración, respeto y atención que demandas hacia ti. En definitiva, una regla básica sobre la que se fundamenta el concepto moderno de los Derechos Humanos.
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La regla o principio fundamental de la reciprocidad la encontramos presente en prácticamente todas las culturas. En la mayoría de las formulaciones toma una forma pasiva, como la expresada en el Judaísmo: "Lo que es odioso para ti, no se lo hagas al prójimo". Es decir, la suma del deber se concreta en: no hagas nada a otros que si te lo hicieran a ti, te pudiera causar dolor (Hinduismo- El Mahabarata). No dañes a otros con lo que pudiera dolerte a ti mismo (Budismo-Udana-Varga). Ninguno de ustedes es creyente hasta que desea para su hermano lo que desea para si mismo. (Islamismo).
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Sin embargo, en la cultura occidental, la fórmula más conocida es la que empleó Jesús en su famoso Sermón de la Montaña: "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos". (Mateo 7, 12).
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En definitiva, que con la reciprocidad estamos ante el popular “hoy por ti, mañana por mí”, y en la confianza de que el otro, llegado el momento, sabrá cumplir cuando le necesitemos. La reciprocidad en definitiva, es un principio moral general que busca ayudar y favorecer la convivencia mediante el desarrollo pacífico y armónico de las relaciones entre semejantes.
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Si analizamos con detenimiento las consignas de todas las religiones y culturas antes citadas, la razón o fundamento que subyace es el de la protección individual, es decir, “te trato bien, para que tú me trates bien” o “no te hago mal, para que tú no me hagas mal”. El motivo inherente para que tú le hagas bien a alguien, parecería pues no ser el bien que deseas hacer -eso pasaría a segundo término- sino el deseo de ser tratado igual –egoísmo-.

"Lo que no deseas que otros te hagan a ti, no lo hagas a los demás". (Confucio).
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"No hagas a otros lo que te enoja si otros te lo hacen a ti". (Isocrates).
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"Trata a tus subordinados como deberías ser tratado por sus superiores". (Séneca).

Sin embargo, la auténtica reciprocidad, trasciende el concepto tradicional del dar para recibir y por eso se habla de la Ley de la Reciprocidad. Según esta Ley, si das, recibiras, porque todo lo que de ti parte, hacia ti vuelve.
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Si damos para recibir, no estamos en realidad dando, sino que estamos invirtiendo en espera de una ganancia futura y, entonces, precisamente esa expectativa en el resultado esperado rompe la fluidez natural de la reciprocidad. Es algo así como el pedalear en una bicicleta: empujamos un pedal y, el otro -por la fuerza de la inercia- viene a nosotros hacia el pie contrario y sin pensarlo. Ese movimiento rotatorio de ida y vuelta nos permite aprovechar el empuje mutuo y avanzar de manera continuada. Si sólo empujáramos un pedal con un pie, sin apoyar el otro y esperando a comprobar que vuelve, perderíamos la fuerza del pedalear y nos caeríamos.
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Por eso la reciprocidad en realidad funciona sólo si, dándose entre dos, ambos participan de esa misma forma de dar y actuar. Reciprocidad entendida como Generosidad, porque ésta es el dar sin el pensar que damos o en para qué damos, sino como acto de liberalidad que por sí nos reporta un bienestar con nosotros mismos. Damos de corazón y sin esperar nada a cambio. Sólo entonces se producen sus auténticos efectos y tiene lugar el retorno: cuando actuamos con libertad, con desapego y sin esperar resultados. Despreocupados, tranquilos y sin condicionantes.
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Es decir, la reciprocidad no debe esperarse sino practicarse.
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Como bien dice Jodorowsky: “Todo lo que das, te lo das. Todo lo que no das te lo quitas”. Y qué gran verdad, porque aquellos que no son recíprocos con los comportamientos de los demás, dejarán de recibir la generosidad de la que se han beneficiado, pues, al final, todo tiene un límite.
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Y en cumplimiento de la Ley de la Reciprocidad la máxima enunciada funciona a la perfección: Si das, recibiras: lo que sea, bueno o malo. Si no das, tú te lo perderás. También lo que sea positivo o negativo. Si das amor, recibirás amor. Si siembras odio, el odio volverá hacia ti. Si no das ni amor, ni odio, nada de eso vendrá ni lo tendrás en tu vida.
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Por tanto, recuerda, haz el bien y evita el daño, porque todo, TODO, inevitablemente, vuelve.



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