viernes, 13 de noviembre de 2009

Verdad

La palabra verdad proviene del latin veritas, derivada de verus (verdadero). De ahí también las palabras, veracidad, verosímil, verificar y averiguar.

Verdad, ha sido y es un concepto que se utiliza con enorme frecuencia, no sólo en el ámbito filosófico sino en la vida cotidiana. Su significado ha cambiado con el paso de los siglos, especialmente para los filósofos.
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En la filosofía antigua se define a la verdad como realidad. Es verdadero lo que permanece, lo inmutable, lo que siempre es de la misma manera. Lo cambiante es meramente aparente.

En la filosofía medieval, decir que algo "es" o decir que "es verdadero" era lo mismo. "Verdad" y "ser" se equiparaban. Es la verdad lógica de Tomás de Aquino

En la filosofía moderna con Descartes se plantea la verdad como evidencia. Se rechaza como falso todo lo que no se presente a la conciencia con una certeza absoluta.

En la filosofía contemporánea con William James, se plantea el concepto verdad como utilidad: es verdadero lo que introduce un "beneficio vital" que merece ser conservado.

La verdad es importante porque es fundamento de los comportamientos éticos y de la moral –el arte del buen vivir-. En la sociedad en general -con nuestra familia, en el trabajo- hay que hacer todo lo posible por fomentar una sólida y estable preferencia por el empleo de la verdad. Proscribir la falsedad, la ignorancia, el error, la duda, la manipulación o la tergiversación. Parece lógico pensar que pocas personas pueden estar en contra de este planteamiento y que no es adecuado practicarlo.

La verdad es útil (Practicidad). La verdad ayuda. La verdad es necesaria. La verdad nos da acceso a la realidad. Sin verdad, una sociedad no puede emitir juicios, ni tomar decisiones bien informadas sobre la forma más adecuada de actuar y desarrollarse.
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Por el contrario, la mentira nos priva de una descripción adecuada del mundo; del auténtico estado de las cosas. La mentira perjudica nuestra concepción de la realidad y, llevada al extremo, nos conduce al absurdo. La falsedad nos veda acceder a la experiencia común y nos aisla en un reino ilusorio en el que no existe camino alguno que los demás puedan encontrar o seguir. Por eso la verdad es importante y útil. Los grados más elevados de civilización dependen de la honestidad, de la claridad y de la precisión en determinar los hechos: de la verdad, en definitiva.

El relativismo moral o algunos postmodernos niegan que la verdad responda a realidad objetiva alguna. Sostienen que no hay una verdad sino múltiples verdades: cada cual tiene la suya dicen, porque todo depende de cómo cada uno mire las cosas. Para quienes sostienen esto, la verdad no existe como concepto absoluto –no hay propiamente verdadero y falso- pues insisten en que todo depende de “nuestro punto de vista individual” o de lo que vengamos obligados a considerar verdadero, en virtud de planteamientos personales o complejas e ineludibles presiones sociales.

Sin embargo, ese planteamiento es falso y equivocado. Nadie confiaría por ejemplo un encargo profesional a un médico o a un arquitecto para quienes el concepto verdad, resultara “relativo”. En todos los contextos existe una clarísima diferencia entre hacer las cosas bien y hacer las cosas mal: por tanto, entre lo que es verdad y lo que no lo es.

Para desenmascarar a los relativistas que niegan el concepto verdad, debemos partir de una base: una cosa son los hechos y las afirmaciones sobre los mismos y otra, las valoraciones que se realizan sobre aquellos hechos y que lógicamente, son subjetivas dependiendo de las circunstancias y actitudes personales de cada cual. Sin embargo, los hechos son unos e inamovibles. Las cosas son lo que son, con independencia de cómo nosotros las interpretemos, las expliquemos o las llamemos. Este matiz muy importante, lo puso de manifiesto George Clemenceau cuando le solicitaron que vaticinase la interpretación que darían los futuros historiadores a cuenta de lo acontecido en la Primera Guerra Mundial. Su respuesta fue terminante y nos ayuda a entender lo que aquí intento explicar: “Desde luego, no dirán que Bélgica invadió Alemania”. Es decir, la valoración puede variar –según las personas- pero la distinción entre verdadero y falso es siempre pertinente y necesaria, incluso, sobre la valoración misma. Ello es así, porque el razonamiento del que deriva el juicio de valor sobre los hechos, también debe ser válido, esto es, verdadero. De esta manera, podemos admitir que las valoraciones sobre hechos, no son en sí mismas, ni propiamente verdaderas ni necesariamente falsas pues, es cierto que dependen de quien las realiza e interpreta. Sin embargo, no podemos admitir eso sobre los hechos o los razonamientos relevantes a través de los cuales sustentamos esas valoraciones. Esos hechos -que constituyen su base- serán siempre o verdaderos o falsos.

En definitiva, que la verdad o falsedad de las afirmaciones sobre hechos en los que basarnos para explicar o validar nuestro comportamiento, es imprescindible para la racionalidad de nuestras actitudes y elecciones. Tal es así, que ninguna civilización ha podido progresar sin información fiable sobre los hechos: sin verdad. Nuestro éxito o fracaso en cualquier aspecto, en nuestra vida en general, depende de si nos guiamos por la verdad o de si avanzamos por el camino de la ignorancia basándonos en la falsedad. Sin verdad, estamos abocados al fracaso. Necesitamos la verdad para progresar y aún más, incluso para sobrevivir. No es posible vivir sin verdad. La verdad no es una simple creencia o una característica que podamos eludir o aceptar con relativismo. Los problemas de la vida se solucionan mediante la verdad y sólo a través de ella.

Volvemos a lo ya dicho: la verdad es útil porque con ella alcanzamos el conocimiento de los objetos y la realidad de las situaciones que debemos manejar a la hora de vivir: necesitamos saber para actuar. Con falsedad andamos a oscuras y es imposible avanzar. Sin verdad, no podemos opinar sobre cómo son las cosas, ni conocer si nuestro criterio es acertado.

A veces, algunos sostienen que es mejor no saber, no conocer la verdad porque interpretan que, desconociendo la realidad, seremos más felices. La experiencia demuestra que al final la verdad se abre paso como el agua entre las grietas y el choque con la dura realidad largo tiempo oculta, supone casi siempre un impacto sobre nosotros muchísimo mayor y más perjudicial que si la hubiéramos conocido antes.

La verdad es razón. La razón es fundamental para creer o no creer determinadas cosas; para emprender o no emprender concretas acciones. Sin verdad, no hay raciocinio y entonces, negamos la esencia del hombre pues éste es ante todo, un ser racional.

Además, sin verdad no puede existir confianza ni confidencia. Las relaciones sociales y personales sólo pueden funcionar bien a través de la confianza y para construir confianza se necesita a la verdad. Sin verdad y sin confianza es imposible que una sociedad funcione bien, progrese y sea próspera.
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Por tanto, el desarrollo del hombre debe apoyarse en convicciones verdaderas pues el hombre está llamado a realizarse en la verdad. Fuera de la verdad, la existencia humana acaba oscureciéndose. Sin verdad, el hombre se mueve en el vacío, su existencia se convierte en una aventura desorientada y su emplazamiento en el mundo resulta inviable. Porque existe la verdad y porque el ser humano está hecho para encontrarla en libertad responsable, es posible encontrar la certeza sobre nuestro actuar y el sentido de nuestra vida.
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Y para acabar, un par de frases que me gustan especialmente sobre la verdad:

"Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada". (Mark Twain).

"Es tan difícil decir la verdad como ocultarla". (Baltasar Gracián).
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¡Sed veraces!

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