sábado, 31 de enero de 2009

Humildad (I)

La palabra humildad tiene su origen en la latina humus, tierra; Humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la tierra como virtud de realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que somos. Es decir, es la sabiduría de aceptar nuestro nivel real de evolución como personas.

Los humildes son personas modestas que no piensan que son mejores o más importantes que otros, aunque esto no tiene nada que ver con experimentar sensación de inferioridad.

Con el valor de la humildad no existe la necesidad de decir o hacer gala de nuestras virtudes ante los demás. Una persona que vive la humildad sabe escuchar y aceptar a todos. Humildad es conocer nuestras cualidades utilizándolas siempre de manera benevolente. Ser humilde es también dejar ser y dejar hacer, reconociendo y entendiendo la forma de vivir de los demás. Por eso, en la medida en que somos humildes, adquirimos grandeza para los otros.

Sólo podemos servir y ayudar sinceramente a lo demás a través de la humildad. Una persona humilde se adapta a todo y a todos y es siempre prudente en sus palabras.

Para ser humilde, debemos conocernos bien a nosotros mismos: ser conscientes de nuestras limitaciones y nuestras carencias y en consecuencia, ser comprensivos y entender las de los demás. Por eso, humildad y paciencia, caminan juntas por la misma senda.

Seamos humildes. No con simulada sencillez, ni falsa modestia, que equivaldrían a rebuscada soberbia, sino con auténtica humanidad. No hay peor soberbia que pretender ser tenido por humilde. El auténtico humilde no sabe que lo es. Nadie parece tan grande como cuando confiesa su pequeñez, ni para nada se necesita más fuerza que para ser humilde. Por ello, la humildad es una escasa virtud bastante difícil de practicar. Tiende a ser una virtud sublime que se predica y de la que a todos les gusta hablar, pero de las menos frecuentes. Humildad y verdad están unidas pues la verdad se busca y se encuentra siempre a través de la humildad.

El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno, lo malo como malo. En la medida en que un hombre es más humilde crece en él una visión más correcta de la realidad.

Mientras el orgullo y la soberbia nos separan de las personas, la humildad, nos une. No es fácil ser humilde aunque es fácil sentirnos humildes: basta con levantar la vista hacia la bóveda celeste cualquier noche estrellada y admirar el universo en su grandeza. La reflexión inmediata es que sólo somos la infinitésima parte de una mota de polvo en un inmenso e infinito océano sideral.

Humildad sin embargo, no significa desvalorización. Tomar conciencia de las capacidades propias es compatible con la humildad. La persona humilde sabe que puede no haber hecho lo suficiente y siente entonces la responsabilidad de hacer más, y por ende, de superarse. Manteniendo una saludable autoestima no se necesita la alabanza ajena. La vanidad es un desesperado intento de escapar de una percepción de inferioridad o de vacuidad propias.

Quien aprende a ser humilde, logra una vida feliz. Con humildad se desarrolla la capacidad de admitir los errores, y la crítica pasa a ser entendida como una vía de crecimiento. Con humildad es fácil perdonar y apreciar lo que tenemos, pues tomamos conciencia de que todo es un regalo. El poeta León Felipe lo describió muy bien: “Así es mi vida, piedra, como tú; como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas, por las calzadas, y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras;...”.

La humildad en la Filosofía

La humildad no es una virtud reconocida como tal en todos los sistemas filosóficos. Es más, en algunas corrientes filosóficas se ha cuestionado hasta el punto de considerarla un vicio en la medida en que representaría una debilidad para afirmar el propio ser. Ninguno de los grandes filósofos griegos -Sócrates, Platón, Aristóteles- elogiaron la humildad como una virtud digna de practicarse, ya que nunca llegaron a desarrollar un concepto de Dios lo suficientemente rico para poner de manifiesto la pequeñez del ser humano. En Occidente, es sólo a partir del advenimiento del cristianismo cuando esta virtud llegar a ser considerada el fundamento imprescindible de toda moral cristiana. Para Nietzsche, la humildad no puede significar más que una bajeza, una debilidad de instintos propia de quien actúa inspirado por una moral de esclavos. En su idea del superhombre, no tiene cabida alguna. Sin embargo, la filosofía de Oriente, con un desarrollo espiritual mayor que la de Occidente, nunca dudó en asignarle un papel relevante dentro de las virtudes del sabio. Así, los verdaderos maestros de la sabiduría mística de Oriente ascendieron a sus más altos niveles de conciencia trascendiendo su ego, transformándose en seres universales al fundirse con el río de la vida. Para todos ellos, los primeros peldaños del sendero estuvieron hechos de humildad. La humildad es requisito indispensable del verdadero aprendiz o discípulo, pues mucha de la disciplina de éste deberá estar basada en la conciencia de lo limitado de su conocimiento para -precisamente en razón de esa carencia- buscar activamente llenarse de él, a través de los maestros, de la meditación, del diálogo con sus semejantes o del conocimiento de si mismos. Para estas filosofías, la mente humilde es receptiva por naturaleza y por ello, la mejor dispuesta a escuchar, aprender y aceptar. En el caso opuesto está la mente arrogante que creyendo saberlo todo, se cierra al conocimiento. En esa carencia de conciencia de los límites de su conocimiento, el arrogante construye su ilusión de ser más importante que los demás. Por eso el arrogante, con frecuencia, incurre en la crítica destructiva que sólo le lleva al enfrentamiento inútil.

En cambio, el auténticamente humilde considera que las experiencias de la vida son posibilidades abiertas para aprender más. En su capacidad para comprender, sabe que el camino de la sabiduría es infinito, y por esa razón, no es posible presumir de sabios o eruditos. La humildad como conciencia de nuestra falible esencia, nos facilita la tarea de reconocer nuestros errores, y es el primer paso para mejorar y superarnos. Mientras el soberbio pierde su tiempo criticando o intentando impresionar a los demás, el humilde sigue su camino de progresión personal, sin temer recurrir a la ayuda o a la orientación de quienes están más avanzados en el sendero.

Ser humilde es permitir que cada experiencia te enseñe algo y desde ahí, comenzar a trabajar para que desaparezcan tus miedos y sufrimientos. Por eso, habitualmente se dice que, la vida nos proporciona una larga lección de humildad.

Y para concluir un par de frases:

“Los más generosos acostumbran a ser los más humildes”. René Descartes.

“El secreto de la sabiduría, el poder y el conocimiento es la humildad”. Ernest Hemingway.

2 comentarios:

  1. Mi pregunta es cómo se consigue ser humilde, porque la verdad es que no parece fácil

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  2. "No hay mayor señal de soberbia confirmada que sentirse suficientemente humilde"...La humildad es una virtud que se le atribuye a las divinidades, no a los humanos. Cuando alguien proclama ser humilde, proclama una falsa virtud, una soberbia oculta. Estoy de acuerdo que quien exige humildad a los demás seres humanos, actúa inspirado por una moral de esclavos. Amo a Nietzsche.

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